OPINIóN
Ir apagándose

La vida insoportable: una juventud en emergencia

“Habitan una tormenta perfecta: desesperanza, empobrecimiento, precariedad laboral y una salud mental al borde del colapso” dice el autor, para describir el callejón en el que se encuentran nuestros jóvenes. En 2023 hubo 4.197 suicidios entre personas de 15 y 34 años.

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Jóvenes hoy. | shutterstock

Desde el escándalo de Cambridge Analytica en 2015 a la fecha (tan solo 10 escasos años), se nos ha vuelto una constante el hecho de pensar la política vinculada a los algoritmos: desde la impotencia, la ira, la cultura de la cancelación, los nuevos exponentes políticos acumulan base electoral expresando el desahucio de las grandes mayorías pauperizadas frente dirigencias políticas y Estados que no han dado respuestas a demandas elementales. Y se produce movilización y correlato electoral desde los entornos digitales, replicando en medios tradicionales y en las mismas calles un proceso de segregación y polarización de nuestras comunidades.

La Argentina es un ejemplo clarísimo de este proceso pero sin necesidad de profundizar el caso, lo que nos interesa es analizar cómo el segmento joven de nuestro país, fuertemente involucrado en el proceso de despolitización y reagrupamiento en torno a mensajes beligerantes y “anti-Estado”, se encuentra mayoritariamente afectado por la situación de crisis económica y falta de oportunidades.

Sin ánimos de justificar posiciones recalcitrantes, el objetivo de estas líneas es pensar cómo ser joven implica mucho más que transitar la adolescencia o los primeros años de adultez en un escenario de pauperización y falta de oportunidades. Es, cada vez más, habitar una tormenta perfecta: desesperanza, empobrecimiento, precariedad laboral y una salud mental al borde del colapso.

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Jóvenes sin mañana: la bomba social que nadie desactiva

A esta realidad se suma una dirigencia política ensimismada, desconectada de las urgencias vitales que atraviesan a millones. La reciente participación electoral más baja registrada en la Ciudad de Buenos Aires desde el retorno democrático no es un dato aislado: es la expresión de una generación que ya no encuentra motivos para creer en una democracia que no los representa.

Los datos recientes en relación a la salud mental del segmento juvenil argentino representan claramente un estado crítico de situación que, además de dar cuenta del alejamiento de los jóvenes con la política y la “res pública” en general, hablan de un quiebre emocional e interpersonal que resquebrajan aún más el tejido social, comunitario, y que debiera ocuparnos intensamente en su reconstrucción.

En este sentido, el último Anuario de Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud arroja cifras tan elocuentes como alarmantes. En 2023 se registraron 4.197 suicidios en el país, y casi la mitad de ellos -un 47,6%- corresponden a personas entre 15 y 34 años.

El Monitor de Barrios Populares realizado por el CIAS y Fundar muestra que el 60,7% de los jóvenes de entre 15 y 29 años vive bajo la línea de pobreza, y el 21,2% está directamente en situación de indigencia"

El suicidio fue, por lejos, la principal causa de muerte violenta, superando incluso a los homicidios. Entre los varones jóvenes, la situación es particularmente grave: el 78% de los suicidios fueron cometidos por hombres, que en su mayoría utilizaron métodos letales como el ahorcamiento o el uso de armas. La escena más común es una habitación cerrada, un domingo por la tarde. En el 66% de los casos, la muerte ocurrió en el domicilio particular. El Estado llegó tarde o no llegó nunca.

En otro sentido, abordando la arista económica y social del contexto de crisis que atraviesa el país, el Monitor de Barrios Populares realizado por el CIAS y Fundar muestra que el 60,7% de los jóvenes de entre 15 y 29 años vive bajo la línea de pobreza, y el 21,2% está directamente en situación de indigencia. Además, la tasa de desempleo de este segmento duplica la media nacional. No es sólo una emergencia social: es el colapso de una promesa básica de la democracia, aquella que alguna vez ofreció movilidad social ascendente como horizonte posible. Hoy la juventud asume que con la democracia ya no se come, no se educa, ni se cura.

En los barrios populares del Área Metropolitana de Buenos Aires, la transición hacia la adultez ya no es un proceso de maduración sino un laberinto de obstáculos. El abandono escolar, el trabajo infantil y la “autonomía forzada” -esa que empuja a lxs jóvenes a dejar el hogar por motivos de violencia, pobreza o falta de lugar- son parte de una cotidianeidad que erosiona cualquier proyecto de vida. El 53% de quienes abandonaron su hogar también dejaron la escuela. El 51% trabajó antes de los 16 años. La escalera del ascenso social no está oxidada, está rota.

Este paisaje de precariedad estructural no es nuevo, ya que los vaivenes de la política económica, sumado a las crisis económicas a lo largo de las últimas décadas fueron agravando esta situación y, sobre todo, la de las familias. El capital familiar de los jóvenes -es decir, la educación, los recursos y las redes de contención que ofrece su entorno- es limitado.

El debate público gira alrededor de internas partidarias, pero en las calles, en las casas, en los barrios, lo urgente tiene otro nombre: angustia"

Las madres son, en la mayoría de los casos, las principales cuidadoras y también las únicas proveedoras del hogar. En muchos casos, la posibilidad de terminar el secundario depende de no tener que salir a trabajar para sostener la mesa diaria. En este sentido, la actual política de ajuste y desinversión en programas de inclusión educativa y laboral no hace más que empujar a estos jóvenes al borde del abismo.

Todo esto sucede mientras el debate público gira alrededor de internas partidarias, candidaturas futuras o discusiones abstractas sobre la “libertad” o el “orden”. Pero en las calles, en las casas, en los barrios, lo urgente tiene otro nombre: angustia. El suicidio es el grito silencioso de una juventud sin red. Y la apatía política, la falta de participación, no es sólo desinterés: es una respuesta lógica a una democracia que no ofrece respuestas.

El Estado y su dirigencia política enfrenta un desafío sin precedentes: volver a conectar con una generación que ya no espera nada. Esto no se resuelve con campañas en TikTok ni con discursos motivacionales. Requiere de políticas públicas sostenidas, inversión real en salud mental, educación y empleo. Asumir que hay una generación que se está apagando en silencio y que ya no cree en promesas, que no encuentra motivos para participar, que se siente sola. Hace falta un Estado presente que escuche, que actúe, que comprenda que la juventud no es sólo futuro, es presente herido. Y si ese presente no se atiende, el futuro se vuelve un lujo para pocos.

*Director del Observatorio Social por la Inclusión de la Misión Padre Pepe