“No puedo más –le dijo a su entrenador–, cortame los guantes y terminemos”. La respuesta lo descolocó: “Simplemente, parate, y ganás”. Así fue: su oponente no estaba en condiciones de amagar siquiera con seguir. Por eso, le bastó ese solo movimiento, ponerse de pie, para coronarse campeón del mundo. Fue el final del tercer combate entre Alí y Frazier, en ese escenario tan exótico como esperado (“thrilla”, por “suspenso/emoción”), en Filipinas.
Se podría decir que algo similar ocurre con Milei, que festeja en CABA, porque, por el momento, no puede hacerlo en el resto de las provincias donde se presentó. Ganó la capital del país, y se la ganó a una fuerza que tenía la hegemonía absoluta del distrito desde el 2007. Sin embargo, en términos estrictos, sólo cosechó algo más del 17% del padrón electoral. Y no puede decir que no puso toda la carne en el asador: nacionalizó la elección, se involucró personalmente (“Adorni es Milei”) y llamó enfáticamente a la gente a votar, para plebiscitar su gobierno.
El dato más importante de la última elección es la constatación de un prematuro estancamiento de LLA. Un estancamiento cuantitativo y, sobre todo, cualitativo. En términos de números, Milei había recibido 680 mil votos de JxC en el balotaje. A pesar de los éxodos y saltos en garrocha de dirigentes amarillos devenidos violeta, de ese número, solo pudo quedarse con 125 mil. Menos de un cuarto. En términos estrictos, solo recibió los votos de Patricia Bullrich, que, al parecer, no eran tantos.
Sin embargo, lo más importante es el estancamiento cualitativo. El elemento distintivo y superador: el frente JxC y el peronismo, estaban en la potencial construcción de una “derecha popular”, que ganara en zona norte, pero también en las villas. Eso no ocurrió. El crecimiento de los votos de LLA se dio en las comunas del norte, en las más pudientes (donde duplicó o triplicó el voto). En cambio, en las comunas sumergidas del sur quedó estancado con respecto a las generales del 2023, o incluso retrocedió (como en la Comuna 8). El macrismo llegó a perder una o dos comunas del sur. Milei perdió cinco. Eso quiere decir que no hubo un cambio político en el electorado. Simplemente, una parte de los votos de derecha del norte cambiaron de nombre propio. Milei ahí pescó en una pecera. Se mantiene en el universo del PRO y no pudo incorporar los votos de la clase obrera más pauperizada. Es decir, no sumó público nuevo. No se llenó socialmente. No crece, a pesar de tener el aparato del Estado consigo. En definitiva, Milei consiguió un triunfo histórico en un bastión que se había mostrado inexpugnable, pero no pudo entusiasmar (el voto bajó), convencer (votos “progres”), ni volverse popular (votos obreros). No pudo fagocitarse a JxC, ni siquiera a todo el PRO. Claramente, por ahora, no estamos ante un nuevo movimiento.
Tampoco el peronismo ni Santoro deberían festejar. Sus “victorias” ocultan la peor elección del peronismo, en votos absolutos, en diez años. Su bastión estaba en el sur y allí es donde el abstencionismo fue mayor. A esta última elección concurrieron 300 mil personas menos a votar que en 2023. Ese es justo el número de votos que perdió el peronismo del balotaje a esta elección. No son todos de Santoro, queda claro, hay crecimiento de la abstención también en el norte. Sin embargo, en el sur es del doble o triple (según la comuna) y abrupta. Por ejemplo, la Comuna 8 (Lugano, Soldati, Villa Riachuelo) pasó de una participación del 75% en 2023 a 45% este año.
La situación de Milei y la de Santoro tienen algo de espejismo. Espejismo alimentado no solo por la abstención electoral, sino por la derogación de las PASO, que impidió al resto de los espacios ordenar su interna y detonó el espacio del centro. Lo único que el Presidente tiene para decir, en su favor, es que, en un contexto de reformas económicas contractivas, no desbarrancó, y que la oposición está en retirada. Ergo, tiene mucho por ganar.
En este contexto, cualquier oposición social se procesa por fuera del sistema. Por ahora, el contenido político de esa abstención, y su horizonte, es incierto. Pero queda claro que se trata de un espacio del que puede surgir otro tipo de liderazgo.
En el mediano plazo, este escenario de crisis de la democracia incuba tres futuros posibles. El primero, la recuperación de esa gente que se abstuvo por el Gobierno, lo que, en lugar del “rey del desierto”, lo pondría en el lugar del “emperador de multitudes”. El segundo, una crisis inflacionaria, una mayor pauperización y un descontento social que se exprese en formas insurreccionales. O, en otra variante, una opción electoral radical de izquierda o derecha (un nuevo Milei o un “Eternauta”). La tercera, una “normalización”: un sistema político de participación minoritaria, parecido al régimen oligárquico de 1880-1916, con un voto optativo, de facto. Esta última opción, requiere una economía muy estable y una clase dominante muy sólida, lo que es improbable. Tal vez nos enfrentemos a una combinación de la primera y la segunda. En el corto plazo, hay que observar si la abstención de la población más sumergida, la dispersión del oficialismo y la debilidad de los aparatos electorales se traslada a la Provincia de Buenos Aires o allí se revierte el proceso. Se juega allí una batalla crucial.
*Dr. en Historia. Investigador Ceics. Miembro de Vía Socialista.