Un hombre sentado al costado de la ruta. Una escenografía hecha con ramitas, troncos, hojas, cortezas secas… cruje cuando el hombre se mueve en esa pequeña porción de escenario. También hay un casco de moto, una mochila de cuero, una campera y unos frascos con pájaros de madera, o al menos eso dice el personaje, a la distancia no alcanzo a ver la diminuta forma a través del vidrio. La obra se llama Los pájaros y el hombre, el personaje, es el actor (gran actor) Marcelo Subiotto, con la dirección de Juan Ignacio González. Los lunes a las 20.00 en el Teatro del Pueblo. Aunque hace varios años que se mudó a Almagro, todavía no conocía esta versión del TP, más chiquita pero con un montón de obras en cartel.
Me gusta ir al teatro un lunes: es como empezar una dieta, un cambio de hábitos, me pone optimista como cuando una hace algo que siente que debería hacer más seguido porque le gusta y le hace bien. Vamos con mi amiga Naty. Creo que es la primera vez que el teatro es una “salida” para nosotras, que en general nos encontramos en los bares.
Los pájaros cuenta una historia sencilla: este hombre, que viene de un pueblo de Córdoba, está yendo a Salta, a conocer el salar y cumplir una promesa a la virgen. Es artesano y hace esos pájaros adentro de frascos y los vende en la feria… se separó hace poco. No sabemos mucho más de su tragedia personal, pero es suficiente. El texto es lindo de escuchar, la actuación impecable, la duración justa (unos cuarenta minutos). Hay un arco narrativo simple, que fluye naturalmente. Cuando el personaje implosiona, lo hace como se hace en el buen teatro: físicamente, con todo el cuerpo, no con el parlamento. No se explica nada, no se subraya.
Me gustó muchísimo. A mi amiga también, aunque cuando salimos me confesó que la pone nerviosa ir al teatro porque le da miedo que los actores se olviden el texto.
No sé si se dieron cuenta de que últimamente la mayoría de las obras de teatro se podría resumir de la misma manera: tres hermanos vuelven al pueblo porque murió el padre, o la madre, o alguien. Me hace acordar a cuando Irene Gruss decía que la poesía contemporánea (primeros años del dos mil) era: me comí un yogur y maté a mi padre. Bueno, esta obra se corre de allí también. Enhorabuena.
Cuando el director me invitó, enseguida el título me trajo, como una obviedad, la película de Hitchcock. Pero estos no son esos pájaros aterradores, sino unos más amables que el hombre observa desde esa banquina en su ruta migratoria, yendo tal vez al mismo lugar adonde él quiere llegar. Pero también me acordé de un hombre que frecuentaba un bar de remiseros adonde íbamos en los noventa, los domingos a la noche, a ver los partidos de fútbol, en las afueras de Paraná. Un bar de milanesas increíbles y el baño más sucio que vi en mi vida: el tacho de residuos era un barril de veinte litros que no se vaciaba hasta que los papeles salían por el borde. El tipo iba por las mesas compartiendo lo que llamaba “habilidad”. Decía que imitaba pájaros. De su boca, con apenas dientes, salían unos chiflidos y decía: crespín, cardenal, brasita de fuego… todo sonaba igual fuera de sus labios, pero creo que en su memoria sonaban exactamente como los había conocido de niño, cuando esa zona de Paraná era todavía monte. ¿Vio qué habilidad?, decía: ¿vio qué habilidad?