Felix Frankfurter no era un juez más. Miembro de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, nacido en Viena en una familia judía que emigró a Norteamérica, estudiante brillante, hombre de mentalidad abierta a los problemas sociales, ayudó a fundar la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles y fue considerado por los sectores conservadores de aquel país como un “defensor de comunistas y radicales”. Cofundador del Congreso Judio en los EE.UU., en 1919 fue delegado sionista en la Conferencia de Paz de Paris. Para el macabro Edgar J. Hoover, Frankfurter era un “difusor de propaganda bolchevique”. En 1943 era juez de la Corte Suprema. Cuando Jan Karski, enviado de la resistencia polaca, le contó en julio de ese año sobre el exterminio de judíos que los nazis estaban llevando a cabo, Frankfurter le respondió: “No le creo. No digo que usted mienta. Digo que yo no puedo aceptarlo”.
En su formidable libro Pensar los 30 mil (Siglo XXI, 2025), con un enfoque riguroso y a la vez claro y ágil en su narrativa, Emilio Crenzel muestra las dificultades para racionalizar y aceptar información a la que califica como “insoportable”: una realidad que es imposible de asumir porque no es sencillo itirla racional y moralmente.
La referencia ineludible al nazismo frente a la discusión sobre la posibilidad de conocer y de aceptar la existencia de crímenes masivos, o de la responsabilidad de la sociedad (y desde luego, de su apoyo al régimen que lleva adelante esos hechos) aparece en el trabajo de Crenzel desde las primeras páginas. Ese paralelismo atraviesa el libro, sugestivamente subtitulado “Qué sabíamos sobre los desaparecidos durante la dictadura y qué ignoramos todavía”, y dispara las primeras preguntas en el diálogo sostenido con PERFIL.
—¿Cómo ves, partiendo de esa referencia al horror nazi (y las múltiples conexiones entre ambos horrores), la actitud de negacionismo, o peor aún, de reivindicación de la dictadura responsable de esos crímenes, en un gobierno encabezado por alguien que manifiesta iración por lo judío (y hasta se propone, o se proponía, la conversión)?
—Evidentemente Milei no es un humanista. Su apreciación sobre el judaísmo e Israel se circunscribe a su coincidencia ideológica con el gobierno de Netanyahu. No tiene ningún punto de o con las tradiciones progresistas del pueblo judío. En ese marco, declama luchar por la vida, la libertad y la propiedad, pero su voz no se alza por los menores apropiados, por las mujeres violadas en los centros clandestinos durante la dictadura, o por los parientes que aún no saben el destino de los desaparecidos.
—En el debate sobre las representaciones sobre el papel de la sociedad que se fueron instalando desde 1983 a la actualidad mostrás tres definiciones: la ignorancia en una suerte de “neutralidad” ante los “dos demonios”; la condición de apoyo o los victimarios; y finalmente la indemostrable solidaridad desde el inicio. ¿Pensás que este Gobierno pretende reinstalar la segunda o imponer una cuarta, en su “batalla cultural”? ¿Pensás que será la “definitiva”, si la hay? ¿Y cuál es tu propia opinión sobre este asunto?
—La “batalla cultural” que impulsa el Gobierno involucra la intervención sobre las representaciones del proceso de violencia que atravesó el país en los años setenta. La insistencia en la memoria de la violencia guerrillera –como si ella justificase el terrorismo de Estado–, la responsabilidad de María Estela Martínez de Perón e Ítalo Luder por haber firmado los decretos de aniquilamiento de la subversión –desconociendo que el 91% de las desapariciones ocurrieron tras el golpe–, y la victoria en la “guerra antisubversiva” como la condición que permitió el retorno de la democracia.
La memoria de las víctimas de la guerrilla se presenta como una memoria desatendida. Sin embargo, la dictadura editó libros como El terrorismo en Argentina que detallaban las acciones de la guerrilla, ascendió posmortem a muchas de esas víctimas y hasta creó, en Tucumán, cuatro pueblos –Teniente Berdina, Capitán Cáceres, Sargento Moya y Soldado Maldonado– que todavía hoy llevan los nombres de militares muertos en el “Operativo Independencia”. Las luchas por la memoria, esto es por lograr que prevalezca una interpretación del pasado, prosiguen mientras el pasado continúe siendo significativo para esa sociedad. Y los años setenta continúan vigentes en la Argentina en el plano político, judicial, en los medios de comunicación y en las iniciativas memoriales que se desenvuelven desde el Estado pero, también, desde los movimientos sociales. La narrativa que intenta instalar el Gobierno enfrenta la condena de la mayoría de la sociedad argentina al terrorismo de Estado. No será, estoy seguro, la última palabra.
—En el tercer capítulo, te centrás en el conocimiento variado y dificultoso que se tenía sobre la magnitud de las desapariciones y de qué modo se llegó a la cifra de 30 mil. Allí concluís que es necesario distinguir entre quienes continúan desaparecidos y quienes, habiendo estado en esa condición, pudieron sobrevivir. Y mostrás, como consecuencia, que la cifra no es azarosa ni caprichosa, ya que incluye (y quizás, se queda corta) a quienes estuvieron en esa condición “hayan o no sobrevivido”. ¿Por qué pensás que es relevante ofrecer esta explicación? O mejor: ¿por qué te parece que es necesario, que no basta con la respuesta “política”, que apela al simbolismo de la cifra?
—Efectivamente, en el libro trazo la historia de las diferentes cifras de desaparecidos que elaboraron diversas organizaciones. Concluyo que el universo de personas que estuvieron desaparecidas comprende a quienes continúan en esa condición y a quienes estuvieron desaparecidos y sobrevivieron. Esta distinción es sumamente relevante. Permite comprender la naturaleza de este sistema que combinó el exterminio de una porción de los desaparecidos con la búsqueda de expandir el terror mediante la difusión de lo que ocurría en el sistema clandestino por parte de los sobrevivientes. Los movimientos sociales enarbolan símbolos que intervienen en la lucha política los cuales tienen su eficacia, pero también sus limitaciones. La investigación académica dialoga con el campo del activismo pero, a partir de la búsqueda de construir conocimiento basado en evidencias y en pos de elaborar una verdad histórica, piensa los símbolos y los comprende como parte de la historia de la elaboración de sentido de los procesos sociales.
—Otro aspecto que ponés de manifiesto en tu investigación son las controversias entre los denunciantes de desapariciones. ¿Querés resumir algunas de ellas?
—El libro muestra que los denunciantes de la dictadura constituyeron un universo amplio y heterogéneo: organizaciones de familiares y de derechos humanos, organizaciones armadas, grupos radicalizados no armados, exiliados políticos, organizaciones trasnacionales de derechos humanos como Amnistía Internacional, o interestatales como la CIDH, etc. Los denunciantes no compartían las mismas ideas sobre el golpe de Estado y la represión. De hecho, tuvieron fuertes controversias. Rodolfo Walsh y la Agencia de Noticias Clandestinas, ligada a Montoneros, o la Comisión Argentina de Derechos Humanos, sostuvieron tempranamente la responsabilidad estatal en las desapariciones, el cautiverio de los desaparecidos en unidades militares, que las desapariciones alcanzaban a decenas de miles de casos y que los desaparecidos eran asesinados.
Otros actores, incluso organizaciones de derechos humanos, vieron con expectativa el discurso de la Junta Militar que proponía su voluntad de recuperar para el Estado el monopolio de la fuerza y combatir por igual al terrorismo de izquierda y de derecha. No reconocían el ejercicio del terrorismo de Estado. Por cierto tiempo, hubo familiares que aceptaron la versión, diseminada de múltiples maneras por la dictadura, de que sus parientes se encontraban en “cárceles especiales” o en “granjas de recuperación”. Fueron sabiendo de la magnitud del crimen paulatinamente y, pese a informes como el de la CIDH que lo afirmaba, se resistían a reconocer el asesinato de los desaparecidos.
En ese sentido, el libro enfatiza la diferencia entre conocer y reconocer. Esta distinción es especialmente significativa ante crímenes que, por sus características, desafían los límites morales, jurídicos y las fronteras de lo verosímil. Las diferencias señaladas evidencian el carácter heterogéneo del conocimiento que atravesaba aún a aquellos que, por su afectación por el crimen y/o sus compromisos políticos, conocían más sobre él. La hipótesis es que quienes no accedían a la información que circulaba en estas organizaciones y grupos conocieron más tardía y fragmentariamente lo que ocurría en materia de la represión ilegal.
—Podría decirse que en el libro, además de reflejar el formidable trabajo de investigación realizado, registrás e invitás a registrar la heterogeneidad en varios aspectos: la forma en que se construyó la cifra, las diferencias entre denunciantes, la complejidad de la construcción del conocimiento social. Dada la época en la que se publica tu libro creo que se constituye como un aporte imprescindible, no obstante ¿pensás que la discusión sobre la cifra se puede dar honestamente dados los interlocutores con los que se debería abordar? ¿Pensás que habrá lectores negacionistas de tu libro que encuentren elementos para modificar sus creencias al respecto?
—Idealmente, espero que el libro convoque a una conversación pública. Estoy seguro de que quienes comparten las luchas por la verdad, la memoria y la Justicia encontrarán en él cuestiones que desconocían y que los sorprenderán. Y, también, me gustaría que fuese leído por quienes combaten estas banderas. Estos últimos lectores encontrarán que la cifra de 30 mil desaparecidos no es un invento de algún exmilitante y que tampoco surgió como resultado del “curro de los derechos humanos”. Pero, además, espero que al leer el libro tomen conciencia de que la represión estatal vulneró principios jurídicos, políticos y morales básicos y que esto fue probado por la Conadep, en diversos juicios dentro y fuera del país y por la investigación académica. Su realidad está fuera de discusión. En ese marco, espero que reconozcan la lucha excepcional que, en medio del terror y la censura, entablaron los denunciantes de un crimen, la desaparición, anónimo y sin cuerpo del delito. En síntesis, que el libro les sirva para revisar sus ideas.