CULTURA
crítica

Relectura de una obra medular

Este 2025 se cumplieron cien años de la publicación de “El gran Gatsby” de Scott Fitzgerald: exactamente el 10 de abril de 1925. Pasado un siglo y luego de atravesar y purgar un período de injusto olvido y de ser rescatada y reconsiderada a partir de su inclusión en la ya canónica edición de Edmund Wilson de “El último magnate” en 1945.

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En términos literarios (no es excluyente) se tiende a pensar que el valor de una obra en gran medida está sostenido por la capacidad que esta tiene de superar las sucesivas y distintas lecturas a las que el paso del tiempo la somete, sin que los vientos de la historia que la acechan la atraviesen hasta que de ella no quede más que sus escombros. De esa manera –se piensa también– cumple con una de las condiciones –acaso la primera y la que contenga a las otras– que le permiten aspirar a la muy exclusiva categoría de clásica e inmortal.

En este 2025 se cumplieron cien años de la publicación de “El gran Gatsby” la emblemática novela de Francis Scott Fitzgerald: exactamente el 10 de abril de 1925. Pasado un siglo y luego de atravesar y purgar un período de injusto olvido y de ser rescatada y reconsiderada a partir de su inclusión en la ya canónica edición de Edmund Wilson de “El último magnate” en 1945; y borradas las huellas de tantas otras postulantes, ya nadie puede negarle su condición de clásico universal y de haberse constituido en una de las candidatas más sólidas y justas (entre otros, así lo postuló Harold Bloom) para darle forma y ponerle el cuerpo a ese fantasma siempre esquivo conocido como “Gran novela americana”, al menos desde que Henry James así la bautizara en una carta enviada al “hispanista y novelista y crítico William Dean Howells en 1880”. Y las comillas señalan datos ciertos y verificables incluidos en “El pequeño Gatsby” (Debate 2025) libro y manual de instrucciones y brújula que señala hacia la luz verde al otro lado de los años transcurridos y que no esconde su espíritu festivo, con el que Rodrigo Fresán celebra y rinde homenaje hasta en su corta extensión a este clásico de la literatura norteamericana: en menos páginas que las que Scott Fitzgerald utilizó para legarnos su obra, Fresán disecciona “El gran Gatsby” desde todos los ángulos posibles, o, al menos, desde los distintos ángulos posibles que exploró en todas y cada una de sus muchas lecturas: Fresán declara leer “El gran Gatsby” una vez al año y es de esperar que en próximas lecturas encuentre e ilumine alguna otra zona aún ensombrecida; esto último sumado a la costumbre de su autor de ir agregando material e inserts a sus libros para futuras ediciones, haga que, tal vez, su “pequeño Gatsby” tienda a engrosarse y crezca de manera más que justificada. Después de todo, alguien dijo que un clásico es un libro que nunca termina de decir aquello que tiene para decir. Y he aquí otra de las condiciones de clásico que “El gran Gatsby” cumple y a la que Fresán agrega una de su credo particular: como “Moby Dick”, “Drácula” o “1984”, todo el mundo sabe de qué se trata y conoce su historia sin la obligación y la ventaja de haberlo leído y porque sobre todo no solo imita a la vida sino que la reemplaza “por completo por algo mucho mejor, mejor escrito”.

El destilado de todas esas (re)lecturas termina por constituir una lectura que no se pretende definitiva, pero sí microscópica y detallista, porque así lo requiere una novela plagada de detalles, a saber: desde el autor del epígrafe que abre “El gran Gatsby” y que en una de las ochenta y cinco notas al pie con las que Fresán construye un texto lateral y complementario al cuerpo principal se aclara que es un personaje de “A este lado del paraíso” la primera novela de Fitzgerald, pasando por su tiempo y por los vericuetos editoriales y los intercambios con su editor Maxwell Perkins y las dudas que hasta último momento Fitzgerald tuvo respecto del título de la novela, la portada diseñada por el español Francisco Corodal-Cugat que tal vez haya sido inspirada por un luminoso párrafo de “Absolución” uno de sus mejores relatos y la recepción que tuvo la novela entre los críticos y sus colegas escritores, entre los que destacan los nombres de Willa Cather, Anthony Powell, Thornton Wilder y T.S. Eliot aquel que considerara a “El gran Gatsby” como “el primer paso que ha dado la literatura norteamericana desde Henry James.” También claro está, el comentario entre poético y malicioso con el que Ernest Hemingway abre el capítulo 17 de “París era una fiesta”, dedicado a su amigo y mentor y después examigo al que le debía mucho más de lo que jamás estuvo dispuesto a reconocer.

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Seguramente uno de los centros medulares de este “Pequeño Gatsby” sea el apartado/capítulo “Careless people”, o la acción es personaje” (los otros acaso sean “Gatsby para principiantes” y “La luz noir” donde Fresán afirma que la sombra de “El gran Gatsby” se proyecta en novelas como “La llave de cristal” de Dashiell Hammett y “El largo adiós” de Raymond Chandler) ahí, apoyado en una de las reseñas más “inteligentes y perceptivas” que en su momento tuvo “El gran Gatsby”, la de G. V. Seldes, Fresán detiene su mirada microscópica en cada uno de los personajes principales de la novela, y no por casualidad y por encima incluso del propio Jay Gatsby y de su objeto del deseo a recuperar Daisy Buchanan, empiece por el intento de develar el misterio de Nick Carraway, ese narrador tan poco confiable cuyo modelo bien pudo ser ese otro narrador ambiguo de “El buen soldado” la novela de Ford Madox Ford a la que Fitzgerald –arriesga Fresán– muy posiblemente haya estudiado para la escritura de la suya propia y cuyo recurso de los puntos suspensivos –arriesgaremos aquí apoyados en “El pequeño Gatsby”– haya sido reemplazado en las páginas de Fitzgerald por tantos “supongo”, “sospecho”, “pienso”, “tal vez” y “posiblemente”. Y detalle no menor, en las primeras páginas de “El pequeño Gatsby” se postula “El gran Gatsby” como una narración cuya materia es la memoria, hecho que en muchos aspectos la transforma en una novela de época; nada de lo que ocurre en ella ocurre en el presente y claro está, la práctica de hacer memoria corre por obra y cuenta de la mirada y el proceso de filtrado de su narrador, de ahí que Fresán asevere y advierta que cuando leemos “El gran Gatsby” de Francis Scott Fitzgerald, en verdad estamos leyendo “El gran Gatsby” de Nick Carraway.

El pequeño Gatsby

Autor: Rodrigo Fresán

Género: ensayo

Otras obras de la autor: El estilo de los elementos; Melvill; La parte recordada; La parte soñada; La parte inventada

Editorial: En Debate, $ 15.990