CULTURA
ENTREVISTA A MATTHEW COBB

En las entrañas de la máquina

En Una historia de la idea del cerebro (Godot), Matthew Cobb explora los orígenes de los experimentos y las investigaciones sobre el cerebro, para entender la historia del conocimiento que la humanidad tuvo –y tiene– del órgano fundamental para el funcionamiento de todo ser vivo. Desde filósofos de la Antigüedad hasta la neurociencia, pasando por todas las exploraciones científicas, Cobb destaca momentos donde el paradigma cambia por completo y marca un hito. Diálogo en profundidad con el zoólogo y divulgador británico.

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Estampa. Matthew Cobb nació el 4 de febrero de 1957; es zoólogo y profesor de Zoología en la Universidad de Manchester. Es conocido por sus libros de divulgación científica. Ha aparecido en incontables programas de la BBC británica, tanto en radio como en televisión. | pablo temes

Profesor de la Universidad de Manchester, escritor de obras de divulgación científica, invitado frecuente en la BBC, premiado en 2024 por la Royal Society, entre otros reconocimientos, el zoólogo británico Matthew Cobb (1957) deja flotando muchas preguntas y dilemas en Una historia de la idea del cerebro (elegido como uno de los libros del año por The Sunday Times y The Daily Telegraph en 2020), publicado en estas semanas por Ediciones Godot. En la entrevista que sigue solo responde a unos pocos interrogantes en torno a su investigación histórica, centrada sobre todo en el conocimiento científico, sobre la “idea” del cerebro humano. Lo más significativo, en todo caso, aparte de las muchas preguntas que se le pueden hacer, es la capacidad de Cobb para derribar mitos. Y de pocas cosas hay tantas mistificaciones como con respecto al cerebro, y no solo en cuanto a creencias sin fundamento probado sino simplemente a prejuicios. Como se transparenta de sus respuestas y reflexiones, Cobb es un científico que razona científicamente, lo que no significa que se ilusione con el poder de la ciencia. Al menos, en lo que hace al cerebro, por varios siglos.

—En términos generales. Matthew, el hilo conductor de su notable historia de la idea del cerebro es este mismo entendido como una máquina. Está claro para usted que desde la definición del médico Nicolaus Steno, formulada en 1665, quien considera que el cerebro no difiere de otras máquinas, se ha continuado con esta visión del funcionamiento cerebral hasta el presente. Esto, a su vez, ha permitido el progreso del conocimiento neurocientífico, como se especifica en su obra. Sin embargo, todavía los investigadores no saben cómo la red de neuronas y sus células producen la actividad del cerebro. A su juicio, ya que usted cuestiona el modelo del cerebro-máquina, ¿ha llegado el momento de abandonarlo y reemplazarlo por otro?

—Muchos neurocientíficos afirmarían no creer que el cerebro sea una máquina, pero en sus enfoques experimentales y la interpretación de sus resultados subyace una visión mecanicista, lo cual presenta problemas. Piense en las partes de una máquina: cada una tiene una función clara y localizada. Sin embargo, en el cerebro, la localización de la función sigue siendo enormemente compleja. Algunas áreas del cerebro se dedican al procesamiento visual, el olfato, etc., a la vez que estas áreas sensoriales se ven afectadas por la actividad de otras regiones: el sonido afecta al procesamiento visual, la visión al olfato, etc. Y el cerebro también es plástico, ya que puede recuperarse de lesiones, sobre todo en las primeras etapas del desarrollo, y otras partes del cerebro pueden asumir la misma función. Sin embargo, concebir un nuevo enfoque o modelo no es sencillo. Creo que se requerirá cierta comprensión teórica, o un cambio tecnológico importante, para permitirnos investigar el cerebro desde una perspectiva nueva.

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­—Por otra parte, usted acepta la asimilación del cerebro a una máquina como metáfora, ya sea esta la red telegráfica, el reloj o un conmutador telefónico en épocas pasadas. ¿Pero la metáfora del cerebro como una computadora sigue siendo una analogía?

—Nadie cree realmente que el cerebro sea una computadora, con hardware y software separados, que realiza funciones programadas. En cambio, los científicos creen que el cerebro realiza cálculos. Sin embargo, solo comprendemos completamente unos pocos cálculos neuronales a nivel celular. Suponemos que se realizan cálculos, pero faltan pruebas concretas. En cuanto a qué podría estar sucediendo si el procesamiento cerebral no implica cálculos similares a los de una computadora, ¡no tengo ni idea!

—Se ha pasado, como usted afirma, del cerebro como máquina a la máquina como cerebro, al menos desde la cibernética en la década de 1950. ¿Esa inversión ya no estaba implícita en la primera metáfora?

—En efecto, cuando Von Neumann ideó las computadoras digitales, a mediados de la década de 1940, afirmó que su computadora sería como un cerebro y estaría conectada como lo sugería un artículo de aquella época de McCulloch y Pitts, utilizando puertas lógicas, etc. Todas las computadoras actuales emplean exactamente este tipo de enfoque. En sus inicios, la computadora era como un cerebro.

—Por lo tanto, de los dos momentos sucesivos en la evolución de la inteligencia artificial, el simbólico y el conexionista y, en la segunda década del siglo XXI, a las aplicaciones de redes neuronales y algoritmos de aprendizaje automático (machine learning) y aprendizaje profundo (deep learning), se ha impuesto la vieja idea de la máquina como un “cerebro electrónico”.

—Por eso el entusiasmo actual por la IA debe analizarse con mucha crítica. Estos programas son simplemente formas de predecir el siguiente elemento de una serie (palabras o pixeles de una imagen) basándose en ingentes cantidades de datos, muchos de los cuales se han generado infringiendo los derechos de autor. No “saben” nada en absoluto. Incluso un gusano o una mosca saben infinitamente más que uno de estos programas. Nos engañamos si creemos que realmente hay algo parecido a un cerebro en estas máquinas.

—Ya que hace un momento lo mencionó, usted no le da demasiada importancia en su libro, me parece, al modelo matemático de las neuronas de McCulloch y Pitts presentado en 1943.

—McCulloch y Pitts propusieron que los sistemas nerviosos están conectados de tal manera que cada sinapsis (el punto de encuentro donde una neurona transmite su mensaje) tiene una función lógica, como or, and, not. Imaginemos dos neuronas de entrada, A y B, que convergen en otra neurona C. McCulloch y Pitts sugirieron que C podría activarse si A or B estuviera activo, o quizá si A and B estuvieran activos, o quizás si A y not B. Esto es muy ingenioso, pero simplemente no funciona así, ¡ni siquiera en los organismos más simples! Las sinapsis cambian su actividad y transmiten múltiples mensajes utilizando diferentes neurotransmisores, incluso para realizar funciones muy simples.

—Entre otras, una de las observaciones más interesantes que usted hace sobre las neurociencias se refiere a que estudian el cerebro de forma aislada, como si no fuera parte del cuerpo. ¿A qué adjudica ese recorte? ¿A una especie de metafísica dualista?

—El reduccionismo ha tenido una enorme influencia en la ciencia. Estudiar, por ejemplo, la actividad de una neurona es mucho más sencillo si se la aísla de toda la actividad moduladora de hormonas, otras neuronas, etc. La visión del cerebro como una estructura aislada no implica en general aislarlo del cuerpo del animal. Los científicos, no obstante, tienden a olvidar que todos esos efectos moduladores alteran la actividad de los cerebros que estudian. En cuanto se analizan las diferencias entre individuos, animales de diferentes edades o especies, esos efectos fisiológicos entran en juego, independientemente de si los investigadores se den cuenta.

—En ese sentido, tanto la metáfora del cerebro como máquina o esta como aquel tienen un origen cartesiano. En Descartes, el cuerpo es una máquina, incluido el cerebro.

—Descartes argumentó célebremente que el pensamiento era una sustancia inmaterial –sea lo que sea que eso signifique– que interactuaba con el cerebro humano, y que no era producido por este. Un puñado de neurocientíficos, generalmente aquellos con fuertes creencias religiosas, sostienen esta opinión hoy en día. La gran mayoría cree que la conciencia surge de alguna manera de la actividad de un conjunto específico de neuronas. Cómo ocurre esto y cuáles son las neuronas es algo que desconocemos. Tampoco sabemos en qué se diferencian nuestra percepción y conciencia de las de otros animales, más allá del reconocimiento bastante obvio de que, efectivamente, existe una diferencia cualitativa.

—Aparte de sus deseos personales, ¿cuál es el horizonte posible que usted vislumbra de la creciente fusión, si me permite decirlo así, entre neurociencias y tecnologías? ¿Algo así, según predice el transhumanismo, como la emergencia de una superinteligencia, una “singularidad”, en términos de Kurzweil?

—Me temo que tengo poca paciencia con esas ideas. Sin duda, entusiasman al público, y siempre hay mucho entusiasmo por las nuevas tecnologías de moda y el cerebro. Cuando escribía el libro, hace cinco o seis años, todo giraba en torno a la cadena de bloques. ¿Quién lo recuerda ahora? Los videos de pacientes parapléjicos que usan sus mentes para controlar un brazo robótico, gracias a la implantación de electrodos son tremendamente conmovedores. Sin embargo, esto no es realmente diferente de los implantes cocleares para personas sordas o, en realidad, las gafas. Es un añadido tecnológico, no una interfaz real con la forma en que las neuronas procesan la información. Las personas con implantes cocleares necesitan aprender a oír los sonidos que se producen en sus cabezas, precisamente porque el lenguaje de las neuronas no es el mismo que el de los dispositivos electrónicos. Nuestras neuronas no son digitales. Contienen un componente digital, pero su actividad es principalmente analógica, en las formas más complejas.

—¿Me equivoco o usted piensa como Francis Crick, quien junto con James Watson descubrió la estructura de doble hélice de la molécula de ADN en 1953, acerca de que las neurociencias deben investigar sobre todo cómo el cerebro produce la conciencia?

—Acabo justo de terminar de escribir una biografía de Crick, que presta especial atención a su trabajo en neurociencia. Trabajó en este campo durante los últimos veinticinco años de su vida e insistió en que no deberíamos partir de una gran teoría que abarque todo el cerebro, sino buscar los correlatos neuronales de la conciencia. Es decir, deberíamos buscar neuronas cuya actividad se corresponda con aspectos de la conciencia. Esto no significaría necesariamente que esta actividad fuera conciencia, sino simplemente que estaba vinculada. Eligió estudiar la percepción visual, dado el gran trabajo realizado al respecto. Sin embargo, encontrar esos correlatos neuronales ha resultado muy complejo.

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, investigadores han registrado neuronas individuales en el cerebro humano que se activaban cuando un paciente veía una imagen específica, como Jennifer Aniston o la Ópera de Sidney. Estas células individuales formaban parte de una enorme red celular, cuya actividad colectiva corresponde a la percepción visual, es decir, los correlatos de Crick. No obstante, no conocemos el tamaño de esas redes, ni cómo se manifiesta su actividad colectiva, ni cómo se relaciona dicha actividad con nuestra percepción visual. En ratones, podemos identificar dichas redes, por ejemplo, relacionadas con la percepción de una barra en la pared de la jaula. Ahora, si registramos continuamente esos electrodos durante un mes, parece que, al final, muy pocas de esas neuronas siguen implicadas en la respuesta a la barra. Otras neuronas han sido reclutadas en su lugar. En otras palabras, la localización de una percepción visual y las neuronas implicadas parece cambiar con el tiempo.

—Pero no me contestó la pregunta sobre Crick.

—Mi preferencia, como científico, no es estudiar la conciencia. Y aunque la influencia de Crick en la neurociencia fue enormemente positiva, aunque en gran medida olvidada, parece que se ha perdido el poder de su enfoque. ¡Actualmente existen alrededor de 140 teorías diferentes sobre la conciencia! Muchas de ellas intentan explicarlo todo, justo lo que Crick advirtió que no se debía hacer. Dada nuestra ignorancia actual, mi preferencia sería estudiar una serie de cerebros animales relativamente simples, desde unos pocos cientos hasta unos pocos millones de neuronas, e intentar usar modelos e inteligencia artificial para encontrar características comunes en su actividad que nos permitan desarrollar una teoría de la actividad cerebral y sus complejas bases materiales.

—En torno a ese problema de la relación entre cerebro y conciencia, su libro es vuelve muy extraño cuando trata el caso de Bill Jenkins, el paciente al que en 1962 le separaron los hemisferios cerebrales, cuyos efectos fueron estudiados por Michael Gazzaniga.

—Esta es, sin duda, una parte inquietante y extraña del libro. En aquella época, a los pacientes con epilepsia grave y debilitante a veces se les separaban quirúrgicamente las dos mitades del cerebro, pues esto evitaba que la crisis epiléptica paralizara todo el cerebro. Los pacientes parecían bastante normales, pero tras cuidadosos experimentos con animales se hizo evidente que algo extraño ocurre cuando se divide un cerebro, permitiendo que cada mitad funcione de forma independiente. Esto se hizo especialmente evidente en el caso de los pacientes humanos estudiados por Gazzaniga.

—Por favor, ¿podría explicarlo?

—El habla está controlada por un área en el hemisferio izquierdo del cerebro, aunque en casos muy raros de daño grave, otras regiones pueden asumir esta función. Los pacientes de Gazzaniga podían hablar con bastante normalidad, salvo que solo podían hablar sobre lo que se encontraba en el hemisferio derecho de su campo visual. Las partes de nuestros ojos que detectan lo que está a la derecha se procesan en el hemisferio izquierdo del cerebro. Por lo tanto, si se les presentaba una imagen en el hemisferio izquierdo del campo visual, el paciente no reportaba haber visto nada. Mediante experimentos minuciosos, se hizo evidente que el hemisferio derecho del cerebro podía ver esas imágenes, pero no podía hablar de ellas. En otras palabras, cada hemisferio cerebral producía una forma de conciencia, sin tener idea de la personalidad que se producía en el otro hemisferio. De cualquier manera, esto no tiene nada que ver con la absurda idea de que cada hemisferio cerebral es competente en actividades específicas. Con la excepción del habla, esto simplemente no es cierto. Lo que observamos es que conjuntos de neuronas pueden, de alguna manera, producir conciencia, incluso si sus interconexiones normales se interrumpen. Eso no significa que normalmente tengamos dos mentes ni que, de alguna manera, lo que vemos en esas personas extrañas sea lo que ocurre en el interior de la mayoría de nosotros. Sus cerebros han sido dañados por la cirugía.

—Un cerebro dividido y dos mentes, interesante. ¿Pero entonces, Matthew, qué es el cerebro?

Muy buena pregunta. ¡Alguien debería escribir un libro sobre esto! Por ahora solo le puedo dar una respuesta aproximada. El cerebro está formado por grupos de neuronas que recopilan estímulos del interior y del exterior del cuerpo del animal y le permiten modelar ese entorno externo y predecir qué sucederá si se realizan ciertas acciones, lo cual también es una función del cerebro: controlar la actividad. En los humanos y los simios superiores, algo que llamamos conciencia surge de esta actividad. Quizás algo similar ocurra en algunos de los otros animales o en todos, en mayor o menor medida. No tenemos ni idea de cómo podría suceder esto. Ni siquiera la más mínima pista. Creo que pasarán siglos antes de que lo comprendamos realmente.