Celebrar y agradecer con profundo regocijo la traducción y edición bilingüe de la poesía completa de Cesare Pavese es la primera reacción ante un libro que completa un hueco cultural sobre la obra de uno de los poetas italianos de mayor relevancia, en la influyente tradición de lectura de poesía italiana en nuestro país.
El autor publicó en vida un solo libro de poesía: Trabajar cansa que tuvo una primera edición en 1936, Solaria, bajo la censura fascista y una segunda ampliada, en 1943, Einaudi. Luego de su muerte en 1950 Italo Calvino que lo había sucedido como editor en la editorial Einaudi publicó, con poemas hallados entre los papeles y cartas que había dejado Pavese, un segundo libro Vendrá la muerte y tendrá tus ojos en 1951. Su obra poética fue compilada por Italo Calvino, en tanto albacea y difusor de su obra, bajo el nombre de Poemas éditos e inéditos completando Trabajar cansa con originales no incluidos junto a La tierra y la muerte y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Con posterioridad la editorial Einaudi publicaría su obra completa bajo el título de Le Poesie en 2014. Este libro reúne la totalidad de la obra poética incluyendo su poesía juvenil, inédita, de los años 1923 a 1930.
En nuestro país la primera publicación de Pavese fue la novela El diablo en las colinas en 1956 por Juan Goyanarte Editor con traducción de Herman Mario Cueva y Dardo Cúneo. A lo largo de los años se fueron sumando ediciones que abarcan la totalidad de su narrativa, leída en clave política con particular interés en los años setenta. Arte narrativa que influiría grandemente en Ricardo Piglia, Juan José Saer, Haroldo Conti y Antonio Di Benedetto y a través de ellos a generaciones posteriores. Carlos Fuentes consideraba su literatura como una profunda influencia sobre los autores de la llamada “generación del boom” y modelo del intelectual comprometido.
Como ensayista a partir de la edición en el año 1957 de El oficio de poeta por Ediciones Nueva Visión, dirigida por Edgar Bayley. Una antología de ensayos con selección y traducción de Rodolfo Alonso y Hugo Gola que reunía escritos que el autor había publicado en distintos medios gráficos sobre libros, autores y movimientos estéticos, básicamente La literatura norteamericana y dos ensayos incluidos en Trabajar cansa: El oficio de poeta y A propósito de ciertos poemas no escritos todavía que tuvo tal repercusión que debieron realizar varias reediciones. El oficio de vivir - Diario 1935/1950, fundamental en tanto expresión de su pensar y proceder y Diálogos con Leucó donde ahonda de manera magistral en los mitos griegos modernizándolos y dándoles nueva vida, fueron publicados póstumamente.
A partir de la edición por Ediciones Lautaro de Trabajar cansa / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos de 1961 con traducción y notas de Rodolfo Alonso, será leído también como poeta con creciente entusiasmo –y notable permanencia– por varias generaciones de lectores. Recepción propicia para una poética que por fuera de toda clave romántica o de materialismo burdo trascendía las miradas dicotómicas entre realismo y mito o entre realidad histórica y ficción. Pavese nacido en 1908 en Santo Stefano Belbo un pequeño pueblo del Piamonte donde vivió su infancia en un paisaje rural campesino y atávico se encargaría en Trabajar cansa, abandonando el yo lírico inicial de sus poemas juveniles, de narrar en sus poemas-relato los paisajes escenas y personajes de su lugar natal, el rostro mítico de la tierra de origen. Poesía resuelta en imágenes, tono coloquial y largos versos de amplia cadencia, trazos de vida en la memoria heredada de otros, sosteniendo la necesidad de “reducir a claridad los mitos”, tarea central de su literatura. Un poema resume de manera brillante esas aristas de su “arte de narrar”, Los mares del sur. En el podemos ver la relación entre el mito vivo de la tierra y sus personajes con los mitos literarios de Ulises o Moby Dick, la relación abierta entre la palabra dicha, lo callado o u oculto en segundo plano, el choque entre lo mundano y la tradición en un poema-cuento que en sus cortes permite respirar a lo narrado, abriendo innumerables capas de sentido en su depurada estructura formal donde incorpora su lectura de los escritores de habla inglesa que traducía.
Pavese se licencia en letras inglesas con una tesis sobre Walt Whitman y traduce a Robert Louis Stevenson, Herman Melville, Ernest Hemingway, Sinclair Lewis, Joseph Conrad, John Dos os, Gertrude Stein y William Faulkner, entre otros. De los narradores norteamericanos se apropiará de sus técnicas narrativas para establecer un tono despojado y monocorde utilizado a conciencia, “Todo gran escritor es espléndidamente monótono” afirmaba. Un tono “viril” que significaba para él la fuerza y la determinación que hay en la naturaleza y la vida rural o urbana de los trabajadores como forma de resistencia y lucha contra las adversidades. Suma de recursos y profunda sensibilidad que desarrolla en Trabajar cansa y permiten que esas historias sean en sí mismas iluminaciones que permiten hallar un significado en la vida más allá de la alienación de la vida moderna y formulan una crítica profunda al sistema que la produce. Un nuevo realismo, opuesto a todo lirismo tradicional o hermético, que le permite abrirse al mundo mítico e histórico y abrazarlo con el lenguaje.
En los poemas posteriores a Trabajar cansa su poesía retoma cierto lirismo y abrevia sus versos, poemas que serán organizados por Italo Calvino y publicados de forma póstuma: La tierra y la muerte, Dos poesías a T. y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, agrupados bajo este último título, donde los temas centrales serán el amor y la muerte desde una perspectiva en lucha por el sentido de la vida. A la vez nostálgico, esperanzado aún, y valiente al exponer –y exponerse– dando cuenta del costado trágico de toda vida humana sus poemas llevan el “oficio de poeta” a ser uno con el “oficio de vivir”. “Entre nosotros nada / de trampas, nada / de cosas inútiles / combatiremos siempre”. En los poemas los mitos originarios de la tierra y el paisaje remiten a un origen no individual sino colectivo asociados a la mujer, al amor, a su pérdida y a la muerte como destino y regreso a la tierra de la que vinimos.
Destino que consumaría de propia mano. En un cuarto de hotel de Turín pondría fin a su vida con una sobredosis de somníferos en 1950 poco antes de cumplir 42 años. Su diario concluye “Basta de palabras, un gesto, no escribiré más” y entre los papeles hallados en aquella habitación escritas sobre su libro más querido Diálogos con Leucó sus últimas palabras “Perdono a todos y a todos pido perdón ¿Está bien? No chusmeen demasiado”. Tal vez, el dolor por un desengaño amoroso que continuaba pérdidas que nunca dejaron de hacerse presente: la muerte de su padre siendo muy pequeño, sus camaradas muertos, antiguos desamores, las injusticias a las que combatió cultural y políticamente en una época hostil a su honda sensibilidad y un vacío existencial que la vida y sus frustraciones no permitieron colmar. “Alguien ha muerto / hace mucho tiempo– / alguien que intentó / y no supo.”, nos dice en su último poema “Último blues”, para ser leído algún día.
Su poesía, directa o indirectamente, ha tenido una recepción y una influencia marcada en la poesía argentina contemporánea. No solo Juan José Saer, su libro de poesía El arte de narrar tiene una deuda insoslayable y su título un homenaje directo, o Hugo Gola, como dijimos traductor de Pavese, sino también compañeros generacionales. Influencia que, mérito de las ediciones argentinas donde pudieron leerlo por primera vez, se trasladó también a la generación española del 50 y sus continuadores.
En nuestro país el impacto de su lectura y su huella se mantienen en el tiempo y es posible de rastrearla en un buen número de poetas que comenzaron a publicar a partir desde de los años sesenta y, directa o indirectamente, hasta la actualidad. No necesariamente en la forma o en su técnica deslumbrante, tal vez irrepetible, todos los que lo han leído en profundidad mantienen algo de su espíritu.
Esta notable y muy cuidada edición por primera vez en castellano y en edición bilingüe de la poesía completa por la editorial Barnacle, que ya nos había dado a conocer otras obras inéditas del autor ahora incluidas en este libro, está organizada en orden cronológico tomando como base la edición, entendemos definitiva, por la editorial Einaudi de 2014 titulada Le Poesie.
La traducción de Jorge Aulicino, poeta, Premio Nacional de Poesía 2015, periodista y traductor de amplia y reconocida trayectoria, especialmente de poesía italiana: La Divina Comedia de Dante Alighieri, Pier Paolo Pasolini, Franco Fortini, Eugenio Montale y un largo etcétera; capta las sonoridades íntimas de la poesía de Pavese: el tono coloquial y austero que permite apreciar el modo dialógico de los poemas respetando las repeticiones y los giros que estructuran el carácter visual de los mismos subrayando sus principales elementos como ecos que se repiten en la memoria de lectura. Si Pavese confronta con el lenguaje y crea un italiano único integrando la palabra de su tierra, esta exquisita traducción, con fluidez y belleza, nos habla en lengua propia.
En nuestro país Cesare Pavese no solo es un clásico sino también un mito que debemos “reducir a claridad”: volver a sus textos dejando de lado aquellas lecturas que pretenden circunscribirlo a su decisión última y limitan una obra llena de vida y responsabilidad con la palabra. Recuperar para estos tiempos su condición de escritor comprometido con una estética renovadora, su ética como trabajador de la cultura, su crítico vínculo político y su maravillosa poesía.
Esta noche, por un momento,
en el escenario abierto
bailaste para mí.
Entre escenas de pobre papel
bajo las luces falsas,
en el estruendo de las notas y en la respiración
de la multitud encorvada,
sucedió por un momento
una pausa muy larga,
un escalofrío de pureza extática,
y tocaste el piso de
un cielo de aurora.
Fuiste para mí, un momento,
la ráfaga de música
que desde una puerta abierta
se lanza en torbellino
a la calle nocturna.
Por solo un momento,
en una luz espléndida,
luego volviste a ti desnuda.
(15 de junio de 1928)
De “Poesía juvenil 1923 - 1930”.
1
Los mares del sur
Caminamos una tarde sobre la ladera de una colina,
en silencio. En la sombre del tardo crepúsculo
mi primo es un gigante vestido de blanco,
que se mueve tranquilo, el rostro bronceado,
taciturno. Callar es nuestra virtud.
Algún antepasado nuestro debe haber estado muy solo
–un gran hombre entre idiotas o un pobre loco–
para enseñar a los suyos tanto silencio.
Mi primo habló esta tarde. Me pidió
que subiera con él: desde la cumbre se divisa
en las noches serenas el reflejo del faro,
lejano, de Turín. “Tú que vives en Turín…”
–me dijo– “…pero tienes razón, la vida se vive
lejos de la tierra: se progresa y se goza;
luego, cuando se regresa, como yo, a los cuarenta,
se encuentra todo nuevo. Las Langas* no se pierden”.
Todo esto me dijo y no habla italiano
sino el lento dialecto que, como las piedras,
de esta misma colina, es tan áspero
que veinte años de idiomas y de océanos diversos
no consiguieron pulirlo. Y camina por la cuesta
con la mirada ensimismada que vi, de chico,
en los campesinos un poco cansados.
Veinte años ha estado viajando por el mundo,
se fue cuando yo era un nene en brazo de mujeres
y lo dieron por muerto. Sentí después hablar de él
a las mujeres, a veces, como en una fábula,
pero los hombres, más graves, lo olvidaron.
Un invierno, a mi padre, ya muerto, la llegó una postal
con una gran estampilla verdosa de naves en un puerto
y augurios de buena vendimia. Fue un gran estupor,
pero el muchacho, crecido, explicó ávidamente
que el billete venía de una isla llamada Tasmania
circundada por un mar azul, feroz de tiburones,
en el Pacífico, al sur de Australia, y añadió
que, seguro, el primo pescaba perlas. Y guardó la estampilla.
Todos dieron su opinión, pero todos concluyeron
que si no había muerto, moriría.
Luego todos se olvidaron y pasó mucho tiempo.
Desde que jugué a los piratas malayos,
¡cuánto tiempo ha pasado!, y desde la última vez
que bajé a bañarme a un sitio mortal
y he seguido a un compañero de juegos sobre un árbol
quebrando hermosas ramas y le rompí la cabeza
a un rival y también me la dieron,
cuánta vida transcurrió. Otros días, otros juegos,
otros sacudones de sangre delante de rivales
más evasivos: los pensamientos y los sueños.
La ciudad me ha enseñado infinitas pavuras,
una muchedumbre, una calle, me han hecho temblar;
un pensamiento, a veces, espiado sobre un rostro.
Todavía siento en los ojos esa luz burlona
de millares de faroles sobre el ruido de pasos.
Mi primo regresó terminada la guerra,
gigantesco como pocos. Y tenía dinero.
La parentela decía por lo bajo: “En un año,
por decir mucho, se lo comió todo y vuelve a vagar.
Así terminan los desesperados”.
Mi primo tiene una cara rotunda. Compró un lote
en el pueblo y se hizo construir un garaje de cemento
con un flamante surtidor de nafta en el frente
y sobre la curva del puente, bien grande, un cartel metálico.
Después puso un mecánico adentro a cobrar el dinero
y él se dedicó a recorrer las Langas, fumando.
Se había casado. Tomó una chica
rubia y delicada como las extranjeras
que seguramente conoció en el mundo.
Pero sale todavía solo, vestido de blanco,
con las manos atrás y el rostro bronceado;
por la mañana recorría las ferias, con aire cazurro,
negociando caballos. Después me explicó,
cuando fracasó el proyecto, que su plan
era quitarle al valle todas las bestias
y obligar a la gente a comprarles motores.
“Pero la bestia más grande de todas”, decía,
“fui yo al pensarlo. Debí saber
que bueyes y personas son aquí la misma raza.”
Caminamos más de media hora. La cima está cerca,
aumentan alrededor del susurro y el silbido del viento.
Mi primo se para de golpe y se da vuelta: “Este año
escribo en el cartel: Santo Stefano
ha sido siempre el primero en los festejos
del valle del Belbo. Y que chillen
los de Canelli”. Después sigue la subida.
Un perfume de tierra y viento nos envuelve en lo oscuro.
Algunas luces en la distancia, casitas, automóviles,
que se oyen apenas. Y yo pienso en la fuerza
que me ha devuelto a este hombre, arrancándolo del mar,
de las tierras lejanas, del silencio que dura.
Mi primo no habla de los viajes que hizo; dice, seco,
que ha estado en este lugar, aquel otro,
y piensa en los motores.
Solo un sueño
le ha quedado en la sangre. Se cruzó una vez,
viajando como maquinista de un pesquero holandés, con el Cetáceo,
y ha visto volar los pesados arpones en el sol,
vio huir a las ballenas entre espumarajos de sangre
y la persecución, y las colas alzadas y la lucha en la lanza.
Me lo recuerda a veces.
Pero cuando le digo
que es de los elegidos que vieron la aurora
sobre las islas más bellas de la tierra,
sonríe al recordarlo y responde que el sol
se levantaba cuando el día era viejo para ellos.
(7-19 de septiembre-noviembre de 1930)
*Región montañosa del Piamonte.
De “Trabajar cansa”.
1
No sabes de las colinas
En que se derramó la sangre.
Todos escapamos
todos tiramos
el arma y el nombre. Una mujer
nos miraba escapar.
Uno solo de nosotros
se paró con el puño cerrado,
vió el cielo vacío,
inclinó la cabeza y murió
bajo el muro, callando.
Ahora es un andrajo de sangre
y su nombre. Una mujer
nos espera en las colinas.
(9 de noviembre de 1945)
De “La tierra y la muerte”.
1
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito callado, un silencio.
Así la ves cada mañana
cuando sobre ti sola te inclinas
en el espejo. Oh, querida esperanza,
ese día sabremos también nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
resurgir un rostro muerto,
como escuchar un labio cerrado.
Descenderemos al abismo, mudos.
(22 de marzo de 1950)
De “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”.
1
Extraído de “Poesía completa”
(edición bilingüe), Barnacle, 2025.