Aleksei Stajanov (1906-1977) fue un minero ruso que se convirtió en marca o emblema de una marea de productividad soviética que habría hecho las delicias de la explotación capitalista: el stajanovismo. Todo apellido vuelto estela apuesta a la hipérbole como significado. Y el stajanovismo consistió en convertir a este señor minero en el símbolo de la extenuación personal y el sacrificio en la búsqueda de un resultado que favorecería al desarrollo de un país, un emporio, un imperio, una Unión de Repúblicas Socialestalinistas: el modelo de proletario de la propaganda soviética que establecía records de extracción de carbón a puro y pico pala de hombre por hora: 102 toneladas en 5 horas y 45 minutos durante una linda tarde de agosto de 1935; el
9 de septiembre rompe su propio récord de echar los bofes por la patria extrayendo 227 toneladas.
No tengo la menor prueba, sì la sospecha, de que este héroe proletario fue tomado como ejemplo individual de una sociedad colectivista para enfrentarlo al sistema de producción fordista de una sociedad individualista como la americana; sistema de producción que por otra parte tanto le gustó a Hitler que decidió importar tanto fábricas como sistema en sus campos de producción y exterminio, con la bendición y los aportes del mismo Henry Ford.
Ayer vi una entrevista a un empresario –argentino– reclamando como siempre beneficios bajo pretexto de que había que aumentar la productividad y disminuir el costo laboral, lo que para los espíritus conservadores significa que aunque los ojos de los tiranos se vayan cerrando a su tiempo, la vida, básicamente, sigue igual, al menos en términos de discurso y explotación. Pero sigamos. El modelo esforzado y sacrificial de Stajanov se expandió por toda la URSS, y en algún momento, luego del deshielo, la glasnost, se dijo que todo había sido un esfuerzo propagandístico y que tales hazañas fueron posibles porque muchos otros mineros ayudaban a su Messi del paleo durante sus récords de extracción. ¿Cómo saberlo? Todo ejemplo cunde. En una novela de Vladimir Nabokov se parodia ese extractivismo loco hablando de cultivos de papas de dos o tres kilos y de de desarrollar sistemas que las obtuvieran grandes como melones o sandías, que a su vez… Si la vida imita al arte, como creía Oscar Wilde, esa apuesta por una progresión o incremento indetenible imitaba el cuento genial “El zapallo que se hizo cosmos”. En ese cuento, Macedonio Fernández transmuta la grosera naturaleza en metafísica y cosmología y prefigura Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. En las sociedades injustas “reales” –que son todas–, es el trabajo humano el que domina la naturaleza y extrae su diferencia entre el costo del objeto moldeable, el trabajo humano, la distribución y el precio de venta. El producto es social y la apropiación individual. Y así será hasta que el trabajo humano termine de cincelar las artificiales inteligencias que nos desplacen del trabajo, optimicen la explotación y la ganancia de las castas y nos muramos de hambre porque al fin seremos libres de morir.