La segunda mitad de los años 70 neoyorquinos se caracterizó, en el plano musical, por una respuesta visceral a las prolongadas estructuras progresivas que se habían impuesto: Genesis, Yes, Pink Floyd y la lista sigue. Al virtuosismo, una parte de la sociedad neoyorquina, le respondió canalizando la violencia de las calles propias con trompadas cortas cargadas de sentido. Esa efervescencia marcó una era. Y hubo un lugar específico que sirvió de estímulo: el CBGB, cuyas iniciales apelan al “Country, Bluegrass and Blues”. En su nombre completo original había una sigla más: Omfug, que remitía a “Other Music for Uplifting Gormandizers (en inglés: “otra música para estimular glotones).” Su creador, el empresario Hilly Kristal, consideraba que, al igual que los voraces consumidores de comida, existe el mismo tipo de parroquiano de la música: un público que siempre está predispuesto a lo nuevo, sin prejuicios y dispuesto a sorprenderse.
En ese caldo de cultivo efervescente, que básicamente le proponía a las bandas que había un público dispuesto a escuchar su material es que surgió el punkrock neoyorquino, variante fundamental del subgénero. Extraordinariamente, en ese antro destinado a la variedad, se dieron superaciones simultáneas, como la emergencia de los Talking Heads, cuya impronta era más vinculable a la del postpunk. Mientras una línea se profundizaba, para explorar nuevos horizontes, otra ya se preguntaba qué había después. Y todo con veinte minutos de diferencia, en el mismo bar.
Hubo una restricción fundamental para que toda esta variedad tuviera lugar y fuera dinámica: las bandas debían llevar canciones propias. Nada de covers. Y así fue cómo, a los pocos meses de su apertura estaban compartiendo escenas las dos bandas mencionadas, pero también Patti Smith, Blondie, Sonic Youth, Bad Brains, The Clash, Television, y una lista que sigue y es un panorama de la época. Ese pedido de Kristal fue de alguna manera el estímulo que necesitaban muchas bandas para sentir que lo que hacían tenía importancia, no daba lo mismo. Que el futuro podía ser tan auspicioso como las partes más irables del inmediato pasado. Un mensaje que le sirvió a una juventud revoltosa y desorientada como excusa para ponerse a trabajar.
“Empezamos a grabar nuestro primer álbum el 2 de febrero de 1976 y lo mezclamos el 19 del mismo mes”, cuenta Johnny Ramone, guitarrista de Los Ramones, en su autobiografía Commando. Acostumbrado a tocar solo en directo, no entendía “por qué se tardaba tanto”.
Fueron dos semanas de vértigo, riffs, melodías galopantes y consignas culturales y políticas que les bastaron para empoderarse y dejar asentado el reclamo de un lugar en la escena neoyorquina que los abrazó y los ungió como los padrinos.
Durante los años 80 el CBGB siguió funcionando como núcleo de la movida musical. Fiel a su espíritu de curiosidad por la novedad, nuevas formas de rock fueron imponiéndose y ganando terreno. El hardcore vivió así su época dorada, con Misfits a la cabeza, pero también grupos como Reagan Youth, Bad Brains o los Beatie Boys encontraron su lugar ahí.
El 27 de septiembre de este año se va a realizar un festival que honrará el legado de un centro de contracultura, que en cierto momento tuvo que cerrar sus puertas, dejando tras de sí una página importante del rock.
Va a ser en Under the K Bridge Park, Brooklyn (Nueva York) y los números principales van a ser Iggy Pop y Jack White. A ellos se les suma una grilla de bandas que forman parte de la historia del bar. La lista de bandas puede erizar la nostálgica piel de cualquier rockero que creyó alguna vez en la rebeldía:
Johnny Marr, Marky Ramone, Sex Pistols, The Damned, Gorilla Biscuits, Melvins, Lambrini Girls, The Linda Lindas y Lip Critic y muchas más, que se van a dividir en tres escenarios.
Quizás de toda la grilla lo más emotivo es que esté encabezada por Iggy Pop, fundador de los Stooges y una de las principales influencias de los Ramones (junto con los New York Dolls). La “Iguana” tuvo una carrera signada por la transformación y la búsqueda de libertad. Siempre activo, compañero de andanzas, rebeldías y amores de David Bowie, Lou Reed y otras efigies de la canción, Iggy siempre tuvo al rock como bandera y es como un monumento vivo, que de hecho volverá a la Argentina después de 10 años, unas semanas antes del festival que se está reseñando acá. La cita será en el Movistar Arena, el 12 de septiembre. La promesa que se promueve es que abordará sus clásicos como solista, pero también tocará canciones de los Stooges, la banda que parió varias revoluciones, entre ellas el punk. Dentro de los últimos trabajos de Iggy se destaca Post Pop Depression, realizado junto a Josh Homme (quien ofició de guitarrista, orquestador de la banda y productor), Dean Fertita de Queens of the Stone Age y Matt Helders de Arctic Monkeys. Una súper banda que logró un sonido orgánico y elegante, plagado de canciones que le permitieron a Iggy sacar su poderosa voz grave y enamorar desde la madurez y la sofisticación. Fue un álbum consagratorio que volvió a ponerlo en el radar de las leyendas vivas.
El otro insoslayable de la grilla, que vale la pena destacar entre tanto rock and roll, es Jack White. Que sea quien secunde a Iggy Pop habla de una coherencia irable en quienes se propusieron armar el festival, pero también de una característica del exlíder de los White Stripes: su devoción y respeto por la tradición que lo formó. Siempre cerca de sus héroes, White suele poner su descomunal talento al servicio de las leyendas que ira. Cada participación suya en conciertos, documentales o grabaciones con alguno de ellos es una muestra de que el rock es un legado que se honra con constancia, técnica, respeto y mucho descontrol.