El 2 de abril se conmemoró en nuestro país el Día del Veterano y de los Caídos en Malvinas. El acto central se realizó en el Cenotafio de la Plaza San Martín de Buenos Aires y presidió el señor Presidente de la Nación. Por medios de prensa tomé conocimiento y me sorprendió que se impidiera la entrada a un grupo importante de viejos soldados veteranos de guerra que, con orgullo y luciendo un uniforme de combate, fueron a la conmemoración de su día; y por primera vez faltó el Obispo Castrense y la invocación religiosa por los 649 caídos en Malvinas.
Recuerdo que un día antes que finalizara la guerra los combatientes del Ejército en Malvinas también quedaron sin el apoyo espiritual necesario, pues todos nuestros capellanes regresaron en el último vuelo al continente; la primera misa a los prisioneros en San Carlos la ofició un capellán católico inglés, y días después se incorporó el padre Gonzalo Pacheco de la Fuerza Aérea.
Fuentes extranjeras calificaron el conflicto como: “Una pequeña gran guerra y la primera de la era misilística”. Los británicos emplearon una estrategia de desgaste y estrangulamiento. La primera, a partir del 7 de abril, consistió en la amenaza marítima, sanciones económicas junto a sus aliados, gestiones diplomáticas y un efectivo empleo de la acción psicológica. La segunda, a partir del 1° de mayo, buscó la batalla decisiva mediante un cerco completo (naval, aéreo y terrestre). Sus bajas se aprecian en 300 muertos.
El recibimiento a los combatientes del Ejército en Buenos Aires, por orden del general Cristino Nicolaides y los altos mandos, fue deplorable. La historia universal es pródiga en acogidas de fuerzas derrotadas. Olvidaron que San Martín dijo: “Una derrota bien peleada, vale más que una victoria circunstancial”. No fue nuestro caso, y por casi una década fuimos ignorados por casi toda la dirigencia política, a pesar que el 7 de abril de 1982 los presidentes de los principales partidos políticos —acompañados por el general Jorge R. Videla— asistieron a la jura del gobernador, general Mario Benjamín Menéndez, que lo hizo por el Estatuto del Proceso de Reorganización Nacional.
Un político que no asistió fue el doctor Raúl R. Alfonsín, que al día siguiente de la rendición fue el único que se acordó de los combatientes: "Las Fuerzas Armadas no merecen este destino. Es hora de escuchar al pueblo, esa es la voz de los oficiales, suboficiales y soldados que lucharon en el frente contra el Reino Unido. Es también la voz de los hombres de las FFAA, que han visto comprometida su Institución y su misión por el manejo de una minoría dispuesta a todo para aumentar su poder” (Clarín, 15 junio 1982).

Malvinas es una causa nacional, por la que en una jamás pensada guerra combatieron un puñado de hombres de las FFAA; y lo hicieron por un sentimiento y no por una dictadura cívico-militar desprestigiada en nuestro país, e internacionalmente por graves violaciones a los derechos humanos. La finalidad, de tener éxito, era prolongar el gobierno de facto. El reconocimiento a los veteranos tiene algunas fechas emblemáticas: el primer desfile del 9 de julio de 1989 por la Avenida de Mayo; la entrega de la Condecoración del Congreso Nacional en 1990 (por iniciativa del diputado Lorenzo Pepe); la inauguración del Cenotafio en 1993, y la pensión nacional en 2005.
Malvinas es un tema sensible y muchos —incluidos funcionarios políticos— están familiarizados en forma emotiva, más que precisamente informados. Por ello, y por respeto a todos los veteranos de guerra, debemos ser muy prudentes y tener la capacidad de evaluar y analizar las consecuencias de nuestras apreciaciones y decisiones sobre las irredentas Islas, que son incuestionablemente argentinas desde el punto de vista histórico, geográfico y jurídico. Así lo consigna la Disposición Transitoria Primera de la Constitución Nacional.
La Organización de las Naciones Unidas (Asamblea General y Comité Especial de Descolonización) desde hace 60 años viene instando a las partes, Argentina y el Reino Unido, a "lograr una solución pacífica a la mayor brevedad, por medio de negociaciones bilaterales teniendo en cuenta los ‘intereses' de la población de las islas” (no los deseos, no la autodeterminación, sino el modo de vida). Nunca incluyó referencia alguna a la libre determinación que el Reino Unido procura forzar a favor de los habitantes británicos en las Islas, a los que debemos respetar; como lo hicimos durante el conflicto, en que no se produjo ninguna muerte entre ellos por parte de nuestras Fuerzas Armadas.
Siempre pensé que el día para recordar era, y es, el 14 de junio, pues fue la culminación de 44 días de una desigual lucha que se inició el 1° de mayo. Quizás muchos entonces combatientes eran conscientes de la inutilidad de la misma, pero —con las excepciones del caso— no vacilaron en seguir combatiendo. Nuestro adversario seguramente confiaba en la victoria, pero no ahorró sacrificios para obtenerla. El heroísmo fue el mismo en los dos bandos. Durante la guerra, los británicos fueron nuestros enemigos, pero con el más alto respeto.
Lamentablemente, hoy muchos países olvidaron que la guerra no es una obra de Dios, sino que constituye uno de los actos más trágicos en la vida de los pueblos y, por desgracia, también una de las más frecuentes maneras en que se han intentado —e intentan— resolver las disputas en la historia de la humanidad.
*Veterano de Malvinas. Exjefe del Estado Mayor General del Ejército.