OPINIóN
Metamorfosis

Mujica, lo bello y lo siniestro

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Uruguay. “Mujica se caracterizó por no ser un político convencional”. | AFP

No tenía pensado escribir sobre él, no porque no tuviera nada para decir, sino porque, justamente, se dijo mucho. Hasta que me encontré en la biblioteca buscando la obra del filósofo Eugenio Trías, Lo bello y lo siniestro, para un trabajo académico. Desde esa tarde solo pude visualizar paralelismos constantes entre vida y obra, sujeto y político, y los límites entre lo bello y lo siniestro que encarnó una de las figuras más trascendentales del Uruguay hasta el día de su muerte.

Trías dice que toda experiencia estética –y por extensión, toda experiencia humana significativa– se da en el límite. En el umbral entre claridad y sombra, entre el orden y lo inquietante, y así podría decirse que fue absolutamente toda la vida pública de José “Pepe” Mujica.

Mujica se caracterizó por no ser un político convencional, sino por ser uno que supo habitar los límites, que atravesó lo siniestro: la violencia, el encierro, la locura cercana. Y en esa metamorfosis que lo llevó, no sólo a Presidente, sino a figura extremadamente simbólica, no renegó jamás de esa oscuridad. Por el contrario, la incorporó, la hizo suya, la adoptó de forma tal que para muchos se volvió bella.

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Para muchos Mujica llegó a ser el mal del sistema político, lo que “no”, lo opuesto al bien. Y como todas esas figuras que despiertan fuertes pasiones, logró la fidelidad de miles que se atrevieron a ir en su defensa, incluso, logrando tocar los límites de lo moralmente pactado en una sociedad y un sistema político como el que aquí tenemos. El mal no es siempre algo radicalmente opuesto al bien, sino su sombra inevitable. Lo bello no puede existir sin lo siniestro. Mujica sostenía eso con el cuerpo.

Su juventud se vio atravesada por aquella decisión radicalmente arbitraria de integrar la guerrilla tupamara, lo que posteriormente lo haría estar más de una década en prisión. Allí, en esa celda húmeda, sin libros ni voces, no encontró redención, sino una forma cruda de existencia humana. Posteriormente, cuando decidió apostar por una vida política de carácter democrática y protocolar, parecía no mostrar rencores, y se encargó, durante décadas, de proclamar una especie de transformación del dolor a la sabiduría.

Cuando Mujica decidió vivir con austeridad, no lo hizo solo como un espectáculo ni como un acto de renuncia: lo hizo como gesto filosófico. En un mundo dominado por el exceso, él eligió el límite. En una sociedad saturada de imágenes y consumo, su figura se volvió bella, no por su forma, sino por lo que representó: el regreso del pensamiento desde el abismo. Como diría Trías, Mujica no rehuyó lo siniestro: lo bordeó, lo miró, y desde ahí, actuó. Esa es la marca de quien ha atravesado el umbral.

Lo siniestro es lo familiar volviéndose extraño: lo que irrumpe donde no debería estar, lo que desestabiliza el orden. Mujica encarnó ese efecto inquietante: un presidente en chancletas, que donaba su sueldo, que cultivaba flores mientras hablaba de Marx y de religión simultáneamente.

La ambigüedad fue su fuerza, y así, moviéndose constantemente en el umbral, fue que supo desconcertar a las masas hasta su último día. Pepe fue, entre cientos de otras cosas, un filósofo práctico, un estratega que hizo de su vida una estética y una ética del límite.

*Periodista uruguaya.