En la idea original de esta columna figuraban como potenciales temas, por un lado, la evolución del conflicto palestino-israelí, con epicentro en el infierno interminable que se vive en Gaza, reducida a escombros y con ya más de 54 mil muertes según informes diversos. Un escenario de desolación que alimenta los riesgos de que Cisjordania siga la misma suerte de la Franja o que el incendio se propague y extienda hacia el Líbano.
Por otro lado, la audaz ofensiva con drones con la que Ucrania inutilizó casi medio centenar de aviones en territorio ruso, en la llamada Operación Telaraña, y la detonación de parte un estratégico puente que comunica con Crimea, supusieron golpes de efecto dados por el gobierno de Volodymyr Zelensky en una contienda en la que muchos ya daban por consumada su derrota militar y política. Pero también dieron paso a los inmediatos temores por una reacción contundente de Rusia, sobre todo después de que el gobierno de Vladimir Putin volviera a deslizar la posibilidad de una escalada nuclear montada en la cabeza de los misiles que se dispararían contra Kiev y otras ciudades a modo de represalia. El alto el fuego que algunos anunciaban como inminente, entró una vez más en compás de espera.
No serían sin embargo los efectos devastadores de estos conflictos y las aún impredecibles fechas, modos y consecuencias en que habrán de concluir ambos, los que terminaron ocupando este espacio, sino el estallido de una “guerra” personal entre dos de los personajes más histriónicos, controvertidos e influyentes de la política mundial en este atribulado siglo 21. La magnitud y la estridencia por momentos obscena con que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el empresario más rico y poderoso del planeta Elon Musk, cruzaron acusaciones y dardos dieron la razón a quienes advertían que la alianza estratégica entre ambos no tardaría en ser fagocitada por los egos y celos de uno y otro.
Fotos que envejecieron pronto
La imagen de Musk en la primera fila de tecno oligarcas que asistieron el 20 de enero a la toma de posesión de Trump en el Capitolio, o los suculentos aportes en dinero y uso de redes que el dueño de “X”, Tesla, Starlink y SpaceX hizo en la campaña para que el magnate del jopo ganara la elección y regresara, cuatro años después de abandonarla, a la Casa Blanca, parecieron este jueves fotos de un pasado lejano. Menos de una semana después de que el empresario idolatrado por el presidente Javier Milei abandonara su puesto en el Departamento de Eficiencia Gubernamental (Doge) en el que Trump lo designó para encargarse del ajuste fiscal, las diferencias que eran secreto a voces se derramaron en una catarata de chicanas y descalificaciones mutuas.
La piedra del escándalo, o de su más reciente escalada, tuvo que ver con el rechazo de Musk a la ley presupuestaria que el Partido Republicano logró aprobar por 215 votos contra 214 en la Cámara de Representantes y que la Casa Blanca espera que obtenga el aval del Senado antes de la emblemática fecha del 4 de julio. La iniciativa, a la que Trump y sus impulsores denominaron como “El gran y hermoso proyecto de ley” (sic) fue esta semana considerado como “una abominación repugnante” por Musk, quien aseguró en su red social que “el Congreso está llevando a Estados Unidos a la bancarrota”.
“Lo siento, pero no lo puedo soportar más”, dijo al dar el portazo el fugaz funcionario de la istración norteamericana al que Milei obsequió una motosierra como símbolo de una afinidad ideológica, quizá no del todo compartida por el magnate. El “gran y hermoso proyecto” de Trump, pese a que baja impuestos o amplía exenciones tributarias y no hace grandes cambios en gastos sociales, prevé elevar el límite en el techo de la deuda y –según Musk– “está lleno de gastos superfluos”, que van en contra de la línea del empresario, artífice de miles de cesantías en estos cuatro meses.
Claro que a esta altura de la disputa entre estos dos personajes, mucho más que las razones que detonaron el escándalo parecieran importar hasta dónde llegarán las imputaciones cruzadas que la incontinencia verbal y el estilo soberbio y desmedido de uno y otro ventilan, ahora que la relación se ha roto hasta quién sabe cuándo. Más difícil resulta imaginar si algún juez recogerá esas acusaciones que la verborragia de ambos dispara, para investigar delitos que los corrillos del poder se encargan de silenciar o invisibilizar.
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Mucho en juego
Por el puesto que ocupa, Trump tiene alguna ventaja pero más que perder en el golpe por golpe. Mientras chicaneaba a Musk afirmando que su desencanto con la futura ley provenía de una posible pérdida de contratos y subsidios del Estado a sus empresas, Trump alegó que el país se ahorraría mucho dinero si deja de apoyar proyectos como los de autos eléctricos, cuyo andar criticó; los coches autónomos, de los que sugirió que chocan con frecuencia; o de los cohetes que –según dijo el mandatario– no llegan a ninguna parte.
Para entonces, Musk ya había dejado caer su “bomba” en la red “X”, al asegurar que Trump figuraba en los archivos de Jeffrey Epstein, un oscuro personaje del mundo de las finanzas, amigo del actual mandatario republicano, que murió en la cárcel mientras se sustanciaba el juicio posterior a su detención como principal responsable de una trama de abusos sexuales y explotación contra menores. El ultramillonario multirrubro nacido en Sudáfrica fue más allá y argumentó que la difusión de los archivos de Epstein se frenó para proteger al hoy jefe de Estado y ocultar que el mandatario era cliente en esa trama.
El gobernante no ahorró sarcasmo para refutarlo y recordó que Musk se deshacía en elogios hacia su persona hasta hace un par de semanas. En el entorno de Trump, entre quienes nunca disimularon sus reparos a la incorporación del dueño de Tesla al gabinete, se ventiló que éste habría violado las leyes migratorias estadounidenses en el pasado y algunos, como el inefable Steve Bannon, hasta sugirieron que sea deportado.
Del otro lado, Musk se preguntaba en modo encuesta a las y los tuiteros, si no sería el tiempo de crear un tercer partido en Estados Unidos que represente a lo que él considera como un 80 por ciento de población que está en el medio entre republicanos y demócratas. Con esa nueva fuerza prometía correr a los actuales legisladores del Congreso, en las elecciones de medio término del año que viene. Y, por si fuera poco, deslizaba su opinión a favor de un impeachment contra Trump.
Coincidencias
En el Despacho Oval, en el que desde enero fue casi tan frecuente ver a Trump sentado en su escritorio como a Musk formulando altisonantes anuncios de pie, hubo el viernes muecas de satisfacción al conocerse que el hombre más rico del planeta, ahora enemigo acérrimo, había perdido más de 34 mil millones de dólares en sólo 24 horas por la inesperada incertidumbre que este enfrentamiento genera acerca del futuro de sus empresas. La mueca se desdibujó cuando el empresario anunció que daría de baja a emprendimientos como el Proyecto Nave Dragón, con que SpaceX brinda cooperación a la Nasa y transporta astronautas y suministros a la Estación Espacial Internacional.
Los golpes y contragolpes se suceden y escalan aún en el divorcio de este matrimonio político empresarial por conveniencia mutua. Nadie apostaba demasiado por la unión de dos personajes acostumbrados a llevarse puesto a todo aquello que obstaculice su camino. Aunque tampoco nadie puede predecir con certeza si esta separación hoy tajante dará paso a otra calculada reconciliación que disminuya estragos y reporte beneficios comunes. Quizá sepamos que, al final, todo fue pour la galerie, para alimentar la posverdad. Para algunos, eso sería pragmatismo; para otros, pura falta de escrúpulos.
Mientras, las esquirlas del fuego cruzado dejan a la intemperie el costado más turbio de los protagonistas de la pelea. Y transfieren angustia a quienes, como el actual presidente argentino, se proclamaron como fieles devotos de ambos. Un verdadero dilema para Milei será el decidirse en favor de un Trump cuyo aval fue clave para el último salvataje del Fondo Monetario, o un Musk de cuya “amistad” se ufanó y cuyos esporádicos retuits o menciones lo llevan al éxtasis virtual.
En el fondo, después de todo, entre el Trump que prometió acabar en un día con la guerra en Ucrania o propuso desplazar a dos millones de palestinos para convertir la tierra arrasada de Gaza en una nueva y lujosa Riviera del Mediterráneo, no hay tanta diferencia con el Musk que se jactó de poder poner y sacar presidentes en donde abunden el litio (Bolivia) o los insumos que sus empresas necesiten. Por una razón u otra, el mundo parece a merced de los tecnócratas que piensan que hasta la democracia y el poder se compran con dinero o quienes, aunque llegaron con el voto, proponen negociar o someterse por la fuerza (Groenlandia, Panamá) a quienes se crucen en sus planes.