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A 40 años del Juicio a las Juntas

Juicio a las Juntas, fama internacional y guerra al kirchnerismo, claves de la vida de Julio Strassera

Se publica una nueva biografía del emblemático fiscal. Adelanto del prólogo que escribió Ricardo Gil Lavedra.

Julio Strassera
Julio Strassera | NA

La figura de Julio Cesar Strassera se convirtió con los años en un emblema de la democracia argentina. Su historia, su trayectoria (cuestionada por el kirchnerismo mientras el fiscal estaba con vida, pero reivindicada tras su muerte) fue intachable y se convirtió en un símbolo internacional por la defensa de los derechos humanos y la lucha contra las dictaduras. Protagonista excluyente pero no exclusivo del Juicio a las Juntas Militares que condenó a Jorge Rafael Videla y otros comandantes del la dictadura más sangrienta que asoló la Argentina, su figura crece con el paso de los años.

Este 2025 se cumplen 40 años de aquel histórico juicio y Jaime Rosemberg se encargó de elaborar un trabajo en el que describe y analiza la vida de Strassera en su libro Julio César Strassera: El hombre gris que gritó justicia. Presentamos en este nota el prólogo que escribió uno de los camaristas que dictó sentiencia en aquel lejano ya 1985, Ricardo Gil Lavedra.

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Julio Strassera

“Jaime Rosemberg ha trazado un notable perfil de la figura de Julio César Strassera. La historia de sus padres, su lugar de nacimiento en Comodoro Rivadavia cuando vivían en un campamento de YPF, el regreso a Buenos Aires, su paso como internado por un colegio de curas –el San José–, sus estudios de derecho, su ingreso a tribunales en el Juzgado Federal N° 1 de Leopoldo Insaurralde, el noviazgo con Marisa –su compañera de vida–, el nacimiento de sus hijos, Carolina y Julián.

Por supuesto, el libro desarrolla con detalle y precisión la labor de Julio durante la realización del juicio a las juntas militares, cómo fue la tarea de la fiscalía, algunos testimonios sobresalientes y pormenores de la audiencia. También se ocupa Jaime Rosemberg de la vida posterior al juicio, los años en Ginebra como embajador de Derechos Humanos ante Naciones Unidas, la vuelta a la Argentina luego de que Julio renunciara a raíz de los indultos de Menem y algunos de los emprendimientos a los que se dedicó, con su tradicional pasión, hasta su fallecimiento hace diez años en febrero de 2015.

Julio Strassera era un típico funcionario judicial, con las prácticas y los hábitos que solo se aprenden en los pasillos de Tribunales y en sus oficinas. Fue secretario federal de Primera Instancia, fiscal federal también de Primera Instancia y luego juez nacional de Sentencia.

En aquellos años la carrera judicial se iba escalonando indistintamente entre el fuero federal y el ordinario, y entre el Ministerio Público y el Judicial. Cuando en diciembre de 1983 el gobierno democrático de Raúl Alfonsín, probablemente por sugerencia de Andrés D’Alessio y de Enrique Paixao, le ofreció a Julio la Fiscalía de la Cámara en lo Criminal y Correccional Federal, le estaba ofreciendo un ascenso en su carrera judicial y retornar al fuero federal, donde había trabajado muchos años. Pero, en esos momentos la tarea del fiscal de Cámara no era particularmente apasionante. La ley de enjuiciamiento vigente era el Código de Obarrio de finales del siglo XIX, marcadamente inquisitivo.

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Los fiscales no tenían dominio sobre la acción penal, ni tampoco tenían autonomía respecto de la función judicial, lo que se obtendría recién con la reforma constitucional de 1994. El fiscal de Cámara concurría a los acuerdos de superintendencia de la Cámara, porque el personal pertenecía al mismo escalafón, y su tarea se limitaba a dictaminar en las causas que se elevaban por apelación contra las decisiones de los jueces de primera instancia. Causas muy importantes porque se trataba del fuero federal, pero sólo para emitir dictámenes.

Cuando la Cámara Federal se avocó al conocimiento del expediente que llevaba el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas contra las tres primeras juntas militares en virtud del decreto N° 158/83 del presidente Alfonsín, tuvo que decidir si la causa seguía bajo las reglas del Código de Justicia Militar o si se aplicaban las del procedimiento penal ordinario que tenía vigencia para la justicia federal. Se optó por la primera opción por varias razones, la principal era que garantiza un juicio oral y público de puertas abiertas, donde la prueba se ventilara delante de los jueces y del público. Además, porque permitía avanzar muy rápido hacia la sentencia final. Pero esta alternativa requería adoptar un sesgo marcadamente acusatorio, la responsabilidad de la prueba de los hechos quedaba a cargo del fiscal. Ni nosotros ni Julio teníamos experiencia acerca de juicios orales, no habíamos participado de ninguno. Nuestro conocimiento era teórico, a través de lo que ocurría en varias provincias. Lo discutimos entre nosotros y decidimos avanzar en ese camino, era lo más transparente para un juicio de tanta trascendencia y además, resguardaba plenamente la imparcialidad del tribunal, que era objeto de críticas permanentes con la alegación de una supuesta naturaleza “política” del juicio.

El fiscal tenía que hacerse cargo de la enorme responsabilidad de llevar adelante la acción, probar los hechos criminales, conseguir las pruebas que avalaron las imputaciones. El desafío era tremendo. Julio César Strassera se encontró de pronto ante el reto más importante de su vida. Tenía sobre sus hombros el éxito o el fracaso de un proceso inédito en la Argentina, donde se enjuiciaría a quienes dieron las órdenes de los gravísimos crímenes que se cometieron durante la última dictadura militar.

Y Julio dio con creces la talla.

Julio Strassera

La labor de la fiscalía fue sin dudas extraordinaria. La Cámara le solicitó que escogiera un grupo de casos representativos del total para imputar concretamente a cada uno de los acusados. No podían juzgarse todos los hechos cometidos. Había que probar que los ex comandantes habían ordenado un sistema y algunos de los casos concretos que ocurrieron como consecuencia de esas órdenes. Con la ayuda de ex integrantes de la Conadep que ahora trabajaban en la nueva Subsecretaría de Derechos Humanos, se seleccionaron 709 casos cometidos en todo el país, por cada una de las tres fuerzas armadas en distintos períodos. Gran parte de la prueba surgía de los propios legajos de la Conadep, pero la fiscalía buscó más evidencias y descubrió nuevas conexiones entre los casos.

El equipo de trabajo que se formó fue sobresaliente. Luis Moreno Ocampo, a quien muchos conocíamos de la facultad, vino de la Procuración General como fiscal adjunto y desempeñó un rol decisivo, creativo, audaz, ingenioso y con gran capacidad de organización; fue el asistente perfecto. No siempre se llevaban bien con Julio, pero se complementaban totalmente. Luis coordinó un excepcional grupo de jóvenes, a quienes denominábamos “los chicos de la fiscalía”, no todos con experiencia en tribunales, pero con una gran pasión por descubrir la verdad.

La Cámara le imprimió al expediente una gran velocidad, un ritmo frenético, se abocó en el mes de octubre de 1984, amplió la indagatoria de los acusados, les dictó a algunos la prisión preventiva rigurosa y elevó el expediente a la Corte Suprema porque se había impugnado la validez del avocamiento. La Corte resolvió a fines de diciembre rechazando los recursos y en febrero se imputaron los hechos seleccionados por la fiscalía. Se solicitó a las partes que ofrecieran la prueba y el 22 de abril empezó la audiencia oral y pública. Aquí comenzaba otra historia. La producción de la prueba y la confrontación entre las partes, la acusadora y las defensas.

Julio se transformó durante la audiencia. Fue un león sosteniendo la acusación. Se enfrentó a más de diez defensores en las múltiples incidencias que se producen durante un debate oral; con vehemencia, sarcasmos, ironías e ingenio no se dejó intimidar por las argucias y planteos de las defensas durante el interrogatorio de los testigos. Incluso con tanta pasión e intensidad que varias veces el tribunal tuvo que llamarle la atención e, incluso, sancionarlo. La acusación, que se prolongó por varios días, alternándose con Luis Moreno Ocampo, fue de gran nivel. El momento culminante fue el célebre cierre del “nunca más”, en el que Julio, poseedor de una enorme capacidad histriónica, nos hizo conmover a todos quienes estábamos allí presentes, y lo sigue logrando cuando se reproduce el video de ese momento histórico. A mi juicio, en la película 1985, un actor excepcional como Ricardo Darín, al reproducir pasajes del alegato, no lo hace tan bien como lo hizo Julio en la audiencia.

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El libro de Jaime Rosemberg describe muy bien la personalidad de Julio, a través de numerosos testimonios. Era así como el libro cuenta: temperamental, fogoso, “calentón”, polemista incansable, un hombre culto, austero, de decencia insobornable y un amigo leal. Me enorgullezco de haber sido su amigo y haber compartido muchos momentos con él y su familia, la querida Marisa, siempre con la palabra y la serenidad justas para sosegar a Julio, y con sus hijos, Carolina y Julián.

A diez años de su partida y a cuarenta de la sentencia del juicio a las juntas, este libro hace un justo reconocimiento a quien supo encarnar el deseo de justicia que tenía la sociedad argentina; es la tarea que desempeña un fiscal, representar los intereses generales de la sociedad, y Julio César Strassera lo hizo magníficamente, y ha quedado en la historia como el paradigma de lo que debe ser un fiscal”.

BGD