Según testimonio de cronistas que cubrían el domingo 18 el búnker del PRO a la espera de los resultados de las elecciones legislativas porteñas, el expresidente Mauricio Macri se mostraba azorado ante los cómputos. “¿Qué pasó, no fueron a votar los nuestros?”, dicen que se preguntaba. Quizás debido al tiempo que pasa afuera del país ya sea por vacaciones, evasión o curiosas misiones vinculadas al fútbol o al bridge, Macri no sabe que aquellos a los que llama “los nuestros” (el mercado electoral cautivo del PRO) han ido desapareciendo mientras el partido encoge, se fragmenta en internas patéticas y, víctima de una suerte de síndrome de Estocolmo, se somete blandamente al bullying del mileísmo.
En realidad, no solamente faltaron votantes amarillos en las urnas. La deserción fue masiva, al punto de que el ausentismo alcanzó al 46% del padrón. Prácticamente, por cada persona que votó hubo una que no lo hizo. Récord en una Ciudad habitualmente politizada y participativa. Se elaboraron varias hipótesis para explicar semejante indiferencia, aunque quizás sea una la que mejor lo revele. La masa de votantes ausentes pudo estar demostrando hacia esos comicios, absurdamente desdoblados de las elecciones del próximo octubre, la misma indiferencia que los candidatos y el propio Gobierno de la Ciudad exhiben por ésta. El propio ganador de la compulsa habría llegado a confundir, durante un acto proselitista, al barrio porteño de Villa Lugano con una localidad del Conurbano. Y si se toma el porcentaje de votos emitidos, su triunfo abarca apenas una sexta parte (16,66%) del padrón total. Una cifra paupérrima, que lo es más cuando se aplica al resto de los candidatos. Ninguno de ellos les habló a los habitantes de la Ciudad, ninguno mostró el menor interés, la mínima empatía o comprensión por las necesidades de los porteños. Con una endogamia obscena se enredaron en rencillas o componendas entre sí, nada nuevo en tiempo de elecciones, pero llevado a un nivel cada vez más alto de indignidad. Si ese lodo es nauseabundo hoy, cabe imaginar cómo va a apestar a medida que se acerquen las elecciones de octubre. En lo que se refiere al oficialismo, éste ya demostró que no tiene escrúpulos ni le tiembla la mano ni lo frena algún límite moral cuando se trata de jugar sucio, de aliarse con quienes dice detestar o de apelar a las mismas triquiñuelas electoralistas que la “casta”, de la cual se diferencia más en el discurso que en las prácticas.
Los resultados confirmaron una ciudad abandonada a su suerte de un gobierno inoperante
En suma, los porcentajes y resultados de la elección vinieron a confirmar la orfandad en que se encuentran los porteños, habitantes de una ciudad abandonada a su suerte por un gobierno local inoperante, ausente en materia de gestión y de iniciativas. Una ciudad sucia, caótica, en la que, gracias a excepciones, los pulpos inmobiliarios devoran espacios mientras la crisis de vivienda no cede, una ciudad en donde la corrupción de las inspecciones permanece impune y los servicios encarecen y empeoran (el subte, por caso, funciona peor día a día) y en donde prima la ley de la selva. Una sola muestra: vecinos de Colegiales y Palermo sometidos a una barbarie auditiva por la invasión de boliches bailables o musicales que incumplen normas en el Campo de Polo, el Hipódromo y la zona del Rosedal, no logran que se acate la ley que prohíbe esa actividad. Una ciudad que se convierte progresivamente en tierra de nadie y que, acaso por ser la cara más visible del país, se anuncia como lo que aparece como proyecto para éste: ser un botín para quien primero lo consiga y lo explote a su servicio. Robert Bellah (1927-2013), reconocido sociólogo de la religión tenía razón al decir: “Tocamos fondo, el homo económico se tragó al ciudadano”.
*Periodista y escritor.