No deja de ser interesante la identidad de dos palabras tan disímiles en su designación, y que solo una mayúscula –a veces– permite diferenciarlas. Estado y estado. Una forma de organización social, de división de los poderes, de representación, que implica a su vez una historia, una identidad nacional, la cultura de un país, etc. Por otro lado, la condición de una materia o del ánimo. El primero trasciende a los individuos, el segundo, apela a lo más singular e inmediato. Un amigo poeta, Ariel Schettini, revalidó la minúscula. Uno de sus primeros libros se titula “estados unidos”, jugando con el nombre propio y el misterio de uno mismo. Lo discursivo y la lengua. El Estado y los estados. La palabra “unidos”complejiza la cosa. ¿Cómo unir lo indiscutiblemente separado, y al mismo tiempo indivisible, individuo y sociedad? No hay uno sin el otro, por más ostras o termos. Entonces ¿de qué manera conciliar los estados, la mayúscula, la minúscula, la igualdad, la diferencia, la cuna, los ímpetus?
Juntando los términos, me pregunto ¿en qué estado se encuentra el Estado? No buscaría la respuesta en testimonios supuestamente azarosos recogidos por el periodismo. Lo tendencioso es tendencia. Y el efecto loro es condición de lo viral. Se repite, se replica, se retuitea.
Pienso en el título paradojal de una de las novelas antiestatales que mejor refleja, quizá sin proponérselo, el Estado actual, donde el odio se parece cada vez más a la felicidad. En “Un mundo feliz” de Aldous Huxley (1932) el Estado Mundial garantiza el disfrute y la ausencia de lágrimas. No hay guerras, no hay pobreza (seguramente no hay inflación). Claro que también se eliminó el arte, no se promueve ni financia; la literatura está mal vista –sobre todo Shakespeare–, la ignorancia es un bien de necesidad. En el tiempo de la novela (año 632 después de Ford, o sea en el 2543), la cultura fue reemplazada por el “sensorama”. Goce, goce, goce. Ya no se habla de Estado Benefactor. Es un Estado Gozador. Un personaje de la novela percibe la falla –o la trampa: “Estar satisfecho de todo no posee el encanto que supone mantener una lucha justa contra la infelicidad, ni el combate contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda. La felicidad nunca tiene grandeza”.
¿No será que el déficit cero es como la felicidad en la novela de Huxley?