Por las calles de San Gimignano, en la Toscana, un declamador ambulante llama la atención de los que pasan. Ataviado como si fuera Dante Alighieri (de hecho se le parece bastante), recita de memoria la Divina Comedia, e incluso invita a los que se paran a irarlo a que le pidan su canto predilecto para que puedan escucharlo de su boca. Le pregunto si se sabe toda la Comedia de memoria, y me aclara que se sabe de memoria “casi” toda la Comedia. Se llama Giovanni Terreni, deambula por los pueblos toscanos haciendo lo que sabe hacer, y me invita a que le proponga un canto entero para que pueda escucharlo. Le pido el canto XXXIV del Infierno, y él me invita a que controle su declamación leyendo una gruesa edición de la Comedia que lleva consigo, cosa a la que me niego, porque no soy un auditor de comediantes.
En 2021, cuando se cumplieron 700 años de la muerte del sumo poeta, Giorgio Colangeli, actor y romano, entró al Libro Guinness por haber recitado de memoria los cien cantos de la Comedia, 14.233 versos, 101.698 palabras. Un récord que Roberto Benigni no se propuso batir, cuando años antes presentó, incluso en Buenos Aires, su espectáculo Tutto Dante, explicando y recitando fragmentos de la Comedia. A esta altura el lector atento se preguntará qué tiene que ver Mickey Mouse con Dante y su Comedia, y tiene que ver, porque entre 1949 y 1950 se publicó en seis entregas, en la revista mensual Topolino, escrita e ilustrada por Guido Martina y Angelo Bioletto, L’Inferno di Topolino, una gran parodia que tuvo mucho éxito.
El Infierno de Mickey Mouse puede tomarse como un caso ejemplar para aclarar qué es y cómo es posible comprender la cultura popular italiana. Una cultura a la que pertenecen también Las aventuras de Pinocho, el Misterio Bufo de Dario Fo, las canciones de Battiato y Raffaella Carrà, el Comisario Montalbano y el western spaghetti. En la historieta de Martina y Bioletti, Mickey Mouse y su amigo Goofy representan en un teatro al aire libre la Comedia de Dante, pero Abdul, el malvado hipnotizador proveniente de Baluchistán, hace que Mickey y Goofy queden atrapados para siempre en el universo dantesco, hablando en tercetos encadenados.
Todo esto, personajes y productos culturales aparecen “convocados” por Fausto Colombo (que falleció el 14 de enero de este año) en un pequeño libro que acaba de salir en Italia, Lezione sulla cultura populare, justamente una clase que uno de los más conocidos sociólogos de la comunicación dio el 13 de noviembre de 2024 en el Aula Magna de la Universidad Católica de Milán. El mismo lector atento recordará un ensayo suyo incluido en Videoculturas de fin de siglo, publicado por Cátedra en 1990, y creo que eso es todo lo que se conoce de Fausto Colombo en español. Es una pena.
Hay tres etapas fundamentales en la existencia del intelectual promedio italiano (pero también del argentino): la “joven promesa” es la primera, el “idiota de siempre” la segunda, y, si logra permanecer a flote, cosa nada difícil para un verdadero idiota, logra atracar en las orillas del “venerable maestro”, categoría de la que nadie lo sacará hasta el fin de sus días, y cuando ese día llegue dará lugar a una serie rutilante de necrológicas conmovedoras. Colombo pertenece a la tercera categoría, con la diferencia de haberse saltado olímpicamente las dos primeras.