SOCIEDAD

La idolatría, una forma de esclavitud

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No cabe duda de que, con diferentes intensidades y matices, la idolatría ha estado presente a lo largo de la historia del ser humano.

Recordemos que la palabra ídolo etimológicamente significa falso dios, y esto alude, en cierto modo, a que l a relación entre el idolatrante y el idolatrado sea siempre un vínculo distorsionado, ambiguo, finalmente sintomático.

Es un fenómeno que debe ser conceptualizado dentro del ámbito del pensamiento mágico. Es decir que la idealización implica siempre sentimientos extremos, delegaciones e identificaciones omnipotentes, la ilusión sustituyendo la percepción y la valoración adecuada y como consecuencia exigencias y dependencias patológicas que derivan siempre en frustraciones y decepciones.

Al ídolo se le atribuye todo tipo de capacidades y poderes. Podríamos casi decir que se lo sacraliza pero, en la medida en que no hay un principio y sentido críticos de la realidad y que los afectos carecen de solidez, aquel a quien se le rinde devoción queda paradójicamente prisionero y exhausto. No es amor lo que se le otorga sino devoción y fascinación que habilitan las i dentificaciones de los idolatrantes con sus propios deseos infantiles inconscientes y narcisistas. Si el personaje en cuestión queda capturado por el personaje que le han construido, se ve impulsado a cumplir con sus fieles aun cuando esta empresa sea un camino intransitable. Desde las verdaderas necesidades y apetencias que como ser humano necesita, queda en realidad solo y desamparado. Muchas veces, entonces, la angustia crece, las presiones de los otros y la desolación personal aumentan y el individuo recurre a defensas que finalmente lo dañan.

Está forzado a la alegría, a la manía, a ofrecer lo imposible, y entonces muchas veces también asoma la depresión y la rabia que vuelca contra los otros y contra sí mismo. Para asistir a alguien que padece, hay que ayudarlo a ubicarse en la realidad escuchándolo con afecto y con imparcialidad para que pueda desvestirse de los disfraces que una pseudomitología le impone, y pueda encontrarse entonces con su verdadero ser. Por lo tanto, poder vincularse pidiendo y ofreciendo lo auténtico, permeabilizando su ser para poder recibir las ofertas terapéuticas y finalmente disolver la falacia que afirma que si deja de ser un ídolo será excluido y olvidado. La pretensión idealizante de la sociedad no sólo no ayuda sino que oprime y acentúa la ansiedad. Llega la hora de sustituir el pseudoamor por la ternura, la negación por la asistencia, y darle al otro la condición de sujeto que todos merecemos.

Como vemos, es un trabajo compartido donde a la sociedad que idolatra también le cabe un esfuerzo que consiste en superar la sensación de vacío y de carencia a través de su propia maduración y sentimiento. Es hora de que la iración desplace a la fascinación y que salvadores imaginarios dejen de ser el recurso siempre frustrado de aquellos que no aceptan transformar la realidad con herramientas genuinas.

*Médico psiquiatra, psicoanalista, escritor.

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