El monseñor Roberto “Chobi” Álvarez, vicepresidente de Cáritas Argentina, declaró que los aportes solidarios a la Patagonia son menores que los que se envían a otros puntos del país, que tienen mayor visibilidad en los medios nacionales, y sostuvo que la sociedad dio un “giro individualista” en el último tiempo. “Se ha generado un menosprecio general de la justicia social”, afirmó en Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3).
El monseñor Roberto “Chobi Álvarez” es vicepresidente de Cáritas y obispo de la diócesis de Rawson, en Chubut. Desde el año 2017 tuvo pastorales en el sur del país, como obispo auxiliar de Comodoro Rivadavia. Desde febrero de 2024 está a cargo de la diócesis de Rawson. En noviembre pasado fue elegido delegado por la región Patagonia en la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina para el trienio 2024-2027. Se lo considera un obispo muy cercano al espíritu del Papa Francisco, y su buen humor le hizo ganar el apodo de "el obispo de la Alegría".
Este fin de semana se hará la colecta anual de Cáritas, con fuerte inspiración también del papa Francisco, en este contexto de crisis económica que vive la Argentina en los últimos años. ¿Qué termómetro termina siendo la colecta anual de Cáritas de la situación social y económica de la Argentina?
Lo primero sobre el termómetro es el sentir de la inflación. La Iglesia sigue teniendo una capilaridad en cada lugar de la Argentina, y su termómetro tiene que ver con esto. O sea, ya no estamos en medio de la inundación de Bahía Blanca, porque ha bajado el agua, o va bajando el agua, pero el termómetro es que hay infinidad de colchas mojadas, que no alcanza para todos y que hay dificultades en un montón de lados. Siempre vamos a agradecer que la inflación baje. El termómetro de la inflación no es solo el agua en el techo o al cuello, sino todo lo que dejan los procesos inflacionarios, como el desacomodo de tarifas y de aspiraciones ahogadas.
Me parece que cuando se incorpora ese índice sobre la sensación o el sentimiento, está todo eso. No es la sensación de inseguridad de la que en algún momento se hablaba, sino que tiene que ver con que en la misma casa donde estuvo el agua por el umbral o por el techo, ahora está todo destruido, está todo mojado. Y eso tiene un montón de variables en nuestra Argentina. Desde aquel que pichulea para llegar a fin de mes porque no puede pagar todo lo que han subido las tarifas y, a la vez, comprarle cosas a los chicos, al que elige suspender un tratamiento. A nosotros, en Cáritas, organizar, o seguir organizando la esperanza, que es el lema de este año, nos supone eso: istrar lo poquito o mucho que tenemos, y que nos dé para esa infinidad de problemáticas que siguen apareciendo y emergiendo cuando baja la inundación de la inflación.
En ese termómetro, con la capilaridad de la Iglesia, usted es representante de toda la Patagonia en la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina. Muchas veces a nosotros, los medios porteños, se nos acusa de ser porteñocéntricos. ¿Es diferente la situación en la Patagonia? ¿Es diferente respecto a lo que usted escucha de sus colegas en otros sectores de la Argentina?
Una a favor es que es diferente, porque no tiene el índice de agresividad de la dificultad de la pobreza. Suelen ser espacios mucho más dóciles y la gente sigue aguantando. La furia la tenemos los que los visitamos. Lo que tienen en contra es que tienen muchísimo menos visibilidad. Yo me he asombrado de lo que Cáritas ha recibido y cómo ha sido de inmensa la ayuda con Bahía Blanca. Pero para Epuyén y los incendios de Esquel, ha habido que rascar la olla. Sale en todos los medios con que se va tal automotriz de tal lado, y Comodoro Rivadavia está padeciendo el tema del retiro de lo petrolero, con índices de despidos enormes, y eso no sale. Entonces, en esa dimensión me parece que sí, efectivamente, Cáritas puede llevar a la mesa de Cáritas nacional eso, como el desborde del Pilcomayo.
Sobre el porteñocentrismo, te pongo un ejemplo. Hace unos años, con el Operativo Frío, el Estado nacional bajaba dinero y exigía que, por diócesis, hubiera un solo corralón donde se buscara leña. Lo cual significaba, por ejemplo, que en la diócesis de Merlo-Moreno eran 20 o 30 cuadras. En la diócesis, en ese entonces, de Comodoro Rivadavia, desde Río Mayo hasta Trelew, hay 700 km. Entonces, un solo corralón por diócesis, pensado en un escritorio en Buenos Aires, tiene 30 cuadras en Buenos Aires. Para nosotros son 600 o 700 km. Dejar sin correo un lugar, o correr un aporte del Plan Fines o de un médico, supone 300 km sin médico.
¿Usted dice que la solidaridad que generó la inundación en Bahía Blanca es infinitamente superior a otros casos, de otros problemas climáticos comparables? ¿Eso tiene que ver con que la sociedad percibe hoy que la necesidad de solidaridad es mayor por la crisis que hay? ¿A qué se lo asigna?
Lo que digo, en relación con lo que vos decías de cierto porteñocentrismo, es que cuando algo sale en los medios nacionales sistemáticamente, lógicamente genera una empatía en el que está del otro lado, que le hace más fácil ir a hacer un aporte. Cuando en Epuyén se incendian viviendas—que son lógicamente muchas menos viviendas que las que se han ahogado en Bahía Blanca—, el aporte es menor, y la urgencia por solucionarlo, como no sigue en los medios, también es menor.
Recuerdo que la subjetividad en los noventa, durante la convertibilidad, fue distinta a la que se produjo en el 2012. En el 2012 se generó una sensación de solidaridad mayor por parte de la clase media de las personas en situación de calle. Usted, a lo largo de su experiencia, de los años, ¿encuentra que hay una relación con la solidaridad y la empatía distinta en distintos momentos? ¿Hay algún correlato de que, en los momentos de crisis, hay mayor empatía y, en los momentos de bonanza, menor?
Yo distingo lo que puede ser pensar en lo que significa organizar esa caridad ante una empatía muy similar ante cualquier situación crítica. Yo creo que los argentinos, particularmente, cuando hay una situación puntual de crisis, le ponemos el hombro. Eso se ve en los barrios y en las dificultades climáticas. En eso ponemos plata, tiempo, ganas y nos ofrecemos. A Cáritas le toca la función de organizar la esperanza de la solidaridad.
Me parece que podríamos hablar, en el último tiempo, de un giro más individualista. Cuando se habla de un cambio cultural también, me parece que lo que vos referías a los años noventa y lo que hoy vivimos también puede ir generando esta dimensión de sensibilidad y de empatía con los más pobres. El último tiempo en general, sin acotarlo a un gobierno, la descalificación de determinadas situaciones de pobreza y marginalidad van calando de algún modo. También en el último tiempo se ha generado un menosprecio general de la justicia social, que seguramente va calando en las personas.
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¿En qué momento estamos en la lucha de paradigmas? ¿Todavía avanza más ese sentimiento antisocial, por decirlo de alguna manera, o usted cree que está próximo a darse vuelta?
Si vemos en los proyectos que van emergiendo en distintos lugares del mundo, y en los discursos, me parece que sigue siendo muy fuerte. Basta nomás asomarse al discurso de Jorge García Cuerva de los otros días en Buenos Aires. No tengo el tiempo ni el escritorio para proyectar en qué momento empieza a darse vuelta. Lo veo en lo cotidiano, en la calle. Quizás en cuanto a la desautorización de los pobres, en concreto, en el discurso habitual, uno lo ve menos. Me parece que tiene un ámbito pseudointelectual, donde está más de moda. Pienso en Cáritas y en los espacios de gente de clase media sentándose en el mundo de los pobres. Gracias a los aportes de la colecta se van a comprar una máquina de coser más para un proyecto, por ejemplo.
Nosotros tenemos un montón de proyectos que intentan promover el trabajo a través de economía solidaria en toda la Argentina. Muchas veces eso, en la teoría, se descalifica y dicen que eso se les da a los pobres para que sean vagos. Cáritas lleva años saliendo de la asistencia hacia la transformación de realidades en base al trabajo, y en eso el papa Francisco nos ayudó muchísimo en el marco teórico. Uno ve un montón de gente capacitada, con títulos, en horarios voluntarios. Alguien que ofrece tiempo en la Patagonia no es que se va a tres cuadras a dar un taller de costura: se pierde un día entero. Se va tempranito, a 300 km, a una localidad donde hay mamás de pueblos originarios, y las ayuda a organizar el telar el día completo. Eso lo hace gente profesional y gente de clase media. Creo que eso lo tenemos intacto, no así en lo discursivo de cierta pseudointelectualidad.
Lo despedimos entonces con el Himno de la Alegría, deseándole que la colecta de Cáritas este año sea tan exitosa como viene siendo.
Un último recuerdo. Hace muchos años, un cura que estaba en África vino a visitarnos a Córdoba. En la homilía, dijo que, apenas llegado a África, en un pueblito muy muy pobre, terminado de comer ese menjunje que comen todas las familias, todas las mamás se fueron con las pailas que habían sido quemadas por el fuego al lado del río. Las lavaron por dentro, las dieron vuelta, pusieron arena y empezaron a lavar la paila por fuera con los pies. Inmediatamente, cuando empezaron con los pies, empezaron a hacer ritmos con las manos. El obispo que lo acompañaba le dijo al cura: “Eso es el África: bailar siempre, aunque sea sobre las cenizas”. Eso es la caridad organizada: bailar siempre, aunque sea sobre las cenizas.
TV/ff