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MODO FONTEVECCHIA
El editorial de Jorge Fontevecchia

Día 539: Libertad de expresión no es libertad de agresión

Que el derecho a expresarse sea irrestricto no significa que sea impune. Confundir libertad con impunidad es uno de los vicios más peligrosos de las democracias contemporáneas, y algo de lo que abusan los nuevos líderes de derecha populista.

El presidente Javier Milei
El presidente Javier Milei | NA

La libertad de expresión debe ser irrestricta. Esa es una de las conquistas más fundamentales del Estado de Derecho. Sin ella, no hay democracia posible. Pero que sea irrestricta no significa que sea impune. Decir lo que se quiera, como un derecho, no equivale a decir cualquier cosa sin afrontar las consecuencias de lo que se dice.

Según sostiene John Stuart Mill en el libro canónico Sobre la libertad, la libertad de expresión es el pilar que permite la circulación de ideas, incluso las más incómodas, como condición indispensable para el progreso del conocimiento y de la democracia. Pero ya desde antes, en El contrato social, Rousseau advertía que la expresión de la voluntad general no debía convertirse en licencia para el atropello del otro.

Pero además vale otra aclaración: la libertad de expresión, que abarca a todos los ciudadanos, no es lo mismo que la libertad de prensa, concepto que abordaremos este viernes 6 de junio, el día anterior al día del periodista, que se celebra el 7 de junio.

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Cuando estábamos elaborando esta columna de Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3), el juez federal Daniel Rafecas —quien ayer desestimó las denuncias de Javier Milei a los periodistas Carlos Pagni y Ari Lijalad— nos hizo llegar una distinción conceptual útil para distinguir la diferencia entre la libertad de expresión y la libertad de prensa:

“Según entiendo, hay una relación de género a especie. La libertad de prensa es un ámbito específico de la libertad de expresión que apunta a vuestra labor, y tiene cierta connotación especialmente sensible dado el rol que los medios de prensa —independientes del poder— cumplen en un sistema democrático”.

La libertad de expresión permite a los seres humanos tener la capacidad de difundir información. Al mismo tiempo, permite que otros se informen. En 1644, el intelectual John Milton, quien no creía en una libertad de expresión irrestricta, hablaba de la libertad de buscar ideas, a impartir esa información y a discutir libremente. Más tarde, en 1859, Mill añadió que se debían considerar las opiniones contrarias o inmorales a las de uno.

En términos jurídicos modernos, el artículo 13 del Pacto de San José de Costa Rica consagra el derecho a expresar ideas sin censura previa, pero habilita restricciones posteriores cuando se afecta el derecho de terceros. En resumen, no se trata de poder decir cualquier cosa, sino de poder decir sin miedo a la censura, siempre haciéndose cargo del impacto que eso pueda generar en los demás posteriormente.

Que el Estado deba garantizar el derecho irrestricto a expresarse y a la vez garantizar que las palabras tengan consecuencias no es una paradoja. La libertad de expresión no blinda al emisor de la responsabilidad posterior por el contenido y el impacto de sus dichos. Esa responsabilidad puede ser ética, política, jurídica o económica, según los casos, y se resuelve en distintos estamentos de la justicia, sea penal, comercial o civil.

Confundir libertad con impunidad es uno de los vicios más peligrosos de las democracias contemporáneas, y algo de lo que abusan los nuevos líderes de derecha populista. Una confusión funcional a discursos de odio o a estrategias políticas de provocación.

La Justicia desestimó la denuncia de Javier Milei contra los periodistas Ari Liljalad y Carlos Pagni

La discusión sobre la libertad de expresión volvió a escena recientemente con un fallo judicial en Brasil contra un comediante por chistes prejuiciosos en un video publicado en redes sociales. El humorista Léo Lins recibió ocho años de prisión por incitación al odio y el Tribunal de São Paulo ordenó al comediante pagar una multa de 1 millón 400 mil reales —que equivale a 400 millones de pesos o 300 mil dólares— y una indemnización por 300 mil reales por daños morales —60 millones de pesos o 50 mil dólares—.

El veredicto fue contundente: sus chistes vejatorios sobre personas negras, indígenas, gays y obesos no estaban amparados por la libertad de expresión, sino que constituían delitos. El caso generó revuelo en América Latina, y también marcó un límite. El humor, cuando se convierte en violencia simbólica sistemática, puede dejar de ser humor y pasar a ser discurso de odio.

La defensa del comediante afirmó que apelará la decisión, y dice que es preocupante que un comediante pueda ser condenado a sanciones similares a las que se aplican en casos de narcotráfico u homicidio por chistes hechos en el escenario.

En uno de los fragmentos del polémico show por el cual mereció la condena de la justicia brasileña, Lins dijo: “De verdad creo que el tipo de humor que hago es el más inclusivo de todos. Hago chistes sobre todo y todos. ¿Hay un programa más inclusivo que este? Incluso he contratado a un intérprete de lengua de señas solo para ofender a una persona sordomuda. No tiene sentido fingir que no lo oyes. Si no lo oyes, lo entiendes. Iba a traer un intérprete hoy. Simplemente no lo traje porque pensé: "Ay, que se jodan los sordos, ¿no?".

Leo Lins

En otro de los videos, expresó: “Mi abuelo duerme todos los días de traje. Está muerto en un ataúd. Tengo muchísima envidia de alguien como él allá. Que creció, no sé, en el interior de Mato Grosso, ¿sabes? Un ambiente más rural. Que definitivamente perdió la virginidad antes que yo. Probablemente con un cerdo, pero lo hizo. Porque es más fácil para un chico de campo perder la virginidad. Solo tiene que alcanzar el culo de la vaca. ¿Alguna vez me diste tanta leche? Hoy te la voy a dar. Es más fácil. También es más fácil para una chica de campo perder la virginidad. Solo tiene que correr menos que su tío”

Como se ve, el problema es mundial. ¿Dónde trazar ese límite? ¿Cuándo una broma deja de ser una broma? ¿Qué distingue a Léo Lins de Capusotto, por ejemplo? ¿Y qué pasa cuando alguien se escuda en la risa para plantear cosas que en otro tono serían inisibles?

En Argentina, el humor político ha sido históricamente una herramienta de crítica. Tato Bores, Alejandro Dolina, Diego Capusotto: todos ellos construyeron discursos humorísticos con un fuerte contenido político, pero con una clara intención estética, reflexiva y cultural.

El habitual argumento del “animus iocandi” (ánimo de risa) es un principio jurídico que proviene del derecho romano y alude a la intención jocosa o de broma detrás de una expresión. En muchos países, incluidos los del sistema judicial latinoamericano, este concepto es clave para evaluar si una manifestación que, en apariencia, podría resultar ofensiva, tiene en realidad una finalidad humorística, sin intención real de injuriar. En la jurisprudencia argentina, este criterio se utiliza especialmente en casos que involucran parodias, sátiras o ficciones humorísticas.

La clave está en la verosimilitud. Si el público promedio puede identificar que lo dicho es un chiste y no una afirmación seria, entonces el "animus iocandi" actúa como atenuante. Pero si la intención es confundir, estigmatizar o dañar bajo el velo del humor, sin un pacto de lectura previa como el de un programa humorístico, entonces ese “ánimo de broma” se convierte en coartada para el agravio.

El caso de Diego Capusotto es paradigmático: su "animus iocandi" es explícito, exagerado, satírico, caricaturesco. Ningún personaje suyo pasa por realista, y su distancia irónica es evidente. Su humor interpela, pero no agrede. Parodia, pero no discrimina. Ridiculiza, pero no estigmatiza.

En su sketch “La libertad de expresión es importante”, Capusotto ironiza y lleva a un extremo absurdo la libertad de expresión. “Lo importante es la libertad de expresión. Expresarse. Desde un acerbo republicano, es obligación expresarse. Muchas gracias”, dice el personaje mientras graba un mensaje al público. Sin embargo, en otra escena, el personaje exclama ante una madre: “No me importa que tu hijo tenga dos años. Además de ser feo, creo que es un poco pelotudo”.

“A Cristina le gano caminando”: el Gordo Dan desafía a CFK en redes con una posible candidatura

Muy diferente es el caso de militantes oficialistas que utilizan el humor como coartada para decir barbaridades. Un ejemplo reciente ha sido el Gordo Dan, cuya prédica se volvió viral en redes por sus ataques contra políticos, periodistas y artistas. Frases como “hay que meter presos a periodistas” o afirmar “somos el brazo armado de Milei” instalan climas de época, y lo hacen desde una supuesta inmunidad humorística o irónica.

En un acto de Las Fuerzas del Cielo, rodeado por una iconografía con mucha similitud a la nazi y fascista, el gordo Dan decía: “Somos el brazo armado de La Libertad Avanza. Somos la guardia pretoriana del presidente Javier Milei”.

Luego salieron a matizar estas declaraciones diciendo que se trataba solamente de una broma, un “bait”, como se le suele decir a las provocaciones de Twitter. “El arma era el celular”. Incluso, el legislador bonaerense Agustín Romo dijo: “El “brazo armado” es por el celular, el arma más poderosa del siglo XXI”.

La metodología es clara, se agrede a más no poder defenestrando a los opositores, o se dicen barbaridades y, cuando algo se pasa de la raya, se argumenta que “era una broma” y se llama llorones a los ofendidos, ignorantes que no entienden la ironía o viejos a los que no comprenden los nuevos códigos de comunicación.

Pero el problema no es solo el tono, sino la intencionalidad. El Gordo Dan, que ahora se propone como candidato para enfrentar a Cristina en la tercera sección de la provincia de Buenos Aires, no se limita a entretener: opera políticamente. Sus chistes no son neutros, ni artísticos, ni inocentes. Son herramientas de campaña y un discurso violento ejercido desde el poder. Y hasta es festejado por el propio Presidente.

Durante su programa en el canal de streaming Carajo, Milei le preguntó al Gordo Dan si tenía anotado los nombres de los periodistas que tiene “que meter en cana” y de los funcionarios que tiene que echar. Si el Presidente de la Nación se ríe con él en programas de televisión, y luego lo postula como potencial adversario de Cristina Kirchner, la violencia y las amenazas, bajo las formas del humor, se convierten en estrategias políticas. Y si hay consecuencias, se escudan en la “libertad de expresión”.

El Gordo Dan

Otra sugerente frase de Milei fue la declaración que se dio en el contexto de la firma del acuerdo con el FMI sin pasar por el Congreso. La sentencia es reveladora sobre el modo de actuar del presidente. “Esperaban que no lo pudiéramos pasar por el Congreso y empezaron a llorar los ñoños republicanos. No me importan sus sentimientos, juego dentro de la ley, soy bilardista. Dentro de la cancha vale todo el reglamento, que la vayan a buscar, la tienen adentro”, lanzó.

La libertad de expresión no habilita a dañar sin rendir cuentas. Ni al comunicador que difama, ni al tuitero que amenaza, ni al comediante que estigmatiza. Las palabras también son actos. Tienen peso, efecto, consecuencias. En la era de las redes, además, su impacto es inmediato y masivo. En ese marco, la justicia no puede actuar como censor, pero sí como árbitro de la legalidad. No hay censura previa, pero sí hay justicia posterior. No hay silenciamiento, pero sí hay reparación cuando hay daño. Ese es el equilibrio.

También es un debate dentro del periodismo. ¿Qué responsabilidad tiene un medio cuando amplifica discursos violentos bajo la excusa de “dar voz a todos”? ¿Qué rol cumple el humor en ese ecosistema mediático? ¿Y qué pasa cuando se borra el límite entre el comunicador y el activista? Aunque estos son temas que abordaremos más profundamente en nuestra columna de este viernes, en el día previo al día del periodista, que dedicaremos a la libertad de prensa. Hoy, a la libertad de expresión.

Cuando el humor reemplaza al argumento, empobrece el debate. Cuando sustituye la política, la degrada. Y cuando se convierte en instrumento de odio, ya no es humor: es propaganda. Capusotto construyó una carrera burlándose del poder. El Gordo Dan, en cambio, lo usa para sembrar temor desde el partido que gobierna. Esa diferencia no es menor: es una línea que separa la comedia de la crueldad. La libertad de expresión sigue siendo un derecho irrenunciable. Pero como todo derecho, implica deberes. Y en sociedades adultas, la risa no exonera de responsabilidad.

Producción de texto e imágenes: Facundo Maceira

TV/ff