Perfil
MODO FONTEVECCHIA
El editorial de Jorge Fontevecchia

Día 509: La dimensión ética del trabajo

El 58% de la fuerza laboral mundial trabaja en condiciones de informalidad. Qué contratos sociales hacen falta para que el trabajo vuelva a ser una herramienta de realización y no de sufrimiento.

Día 509: La dimensión ética del trabajo
Día 509: La dimensión ética del trabajo | Archivo

El 1° de mayo, Día Internacional del Trabajador, es también una oportunidad para reflexionar sobre el mundo del trabajo actual y sus transformaciones. En un escenario global atravesado por cambios tecnológicos acelerados, el trabajo está en una profunda transformación, con consecuencias tanto materiales como existenciales.

Mientras algunos celebran las promesas de automatización y eficiencia, otros enfrentan condiciones cada vez más precarias. Entre la promesa de liberación y la amenaza de la exclusión, el trabajo del siglo XXI se vuelve un territorio de disputa económica, política y también filosófica.

En esta columna de Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3), vamos a compartir un fragmento de Bergoglio, antes de ser Papa, donde habló de lo que significa para él el trabajo. “La dignidad que una persona tiene no la tiene por herencia o por ganar la lotería. La tiene exclusivamente por el trabajo. El que no trabaja tiene su dignidad en juego”, expresó.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Con la sabiduría que lo caracteriza, Bergoglio habla de la dignidad que otorga el trabajo, y dice que “es lo que más nos asemeja a Dios”, porque nos hace creadores, al modificar con nuestro esfuerzo la realidad. La palabra “criatura” viene de “creado por”. Supuestamente, el único “increado” es Dios, que creó a todos los demás.

En esta concepción, sorprendentemente resuenan ecos del existencialismo de Jean-Paul Sartre. El entonces cardenal utilizó la palabra “ontología”, que es una parte de la filosofía que se dedica a discutir el ser en sí. Aunque desde marcos filosóficos muy distintos, tanto Sartre como Francisco coinciden en que el ser humano se construye a través de sus actos, pero conocemos la ideología de Sartre respecto de la religiosidad.

En “El ser y la nada", Sartre plantea que el hombre “no es otra cosa que lo que hace de sí mismo”. En ese sentido, el trabajo no es solo una función económica, sino una forma concreta de ejercitar la libertad y de proyectarse en el mundo. Él concebía que “se hace para tener y se tiene para hacer”, y que el fin final del ser humano era hacer, y su principio original era hacer para ser.

El poder adquisitivo del salario mínimo volvió a caer en marzo, según un informe de la UBA

En su conferencia de 1945, “El existencialismo es humanismo”, el pensador declaró que el individuo es, en efecto, su propio autor porque elige ser, independiente de toda limitación. En este sentido, Sartre plantea que “el hombre es su propio proyecto” con el objetivo de hacerse trascendente.

Lo que para Francisco es camino de maduración y realización personal, para Sartre es un acto de responsabilidad radical: en cada acción —también en el trabajo— el individuo se elige y se compromete con una cierta idea de humanidad. Cuando el trabajo se vacía de sentido o se vuelve alienante, no solo se degrada la economía, sino también la posibilidad misma de ser plenamente humanos.

Pero para que eso sea posible, el trabajo debe estar al servicio del ser humano, y no al revés. Debe permitir el descanso, el tiempo libre, el encuentro con los hijos, el estudio, el ocio. Debe dejar espacio para el alma. Podríamos decir que las tres 8 horas —8 horas para trabajador, 8 horas para dormir y 8 horas para el esparcimiento— fueron resultado de las luchas sindicales que se basaron en la encíclica “Rerum novarum” de 1891. Fue la Doctrina Social de la Iglesia la que puso una base en esta manera de dividir el día en tres, algo que hoy parece absolutamente normal, pero que hace un siglo todavía se discutía.

Papa Francisco

Porque el mundo del trabajo es además un espacio de construcción del lazo social, de identidad compartida, de encuentro humano. Respecto a esto último, Héctor Daer, secretario General de la CGT contestó la pregunta de por qué se movilizaba el 30 de abril y no el 1 de mayo y dijo: “Hoy tenemos capacidad para movilizar, mañana es un día familiar”.

El asado del 1° de mayo y la juntada familiar no es solo una tradición: es una forma de reivindicar que el trabajo también une. Otra de las formas de discusión respecto de cuánto afecta la idea del trabajo es que en el trabajo uno aprende en la relación con los otros. La diferencia de los humanos con los mamíferos más avanzados es que nosotros estamos juntos, y aprendemos unos de otros. El conocimiento se traslada de una generación a la siguiente, y no es necesario comenzar de cero.

Es muy interesante que las empresas que fomentan el trabajo a distancia, como las grandes corporaciones de Seattle, sean las que más se preocupan de que sus propios trabajadores vayan a trabajar físicamente, generando incentivos como permitir el ingreso de mascotas, porque consideran que el trabajo es una relación interpersonal. Solo el trabajo está menguado.

Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el 58% de la fuerza laboral mundial —unos 2.000 millones de personas— trabaja en condiciones de informalidad. Esto implica vivir al margen de cualquier derecho básico: sin estabilidad, sin protección social, sin jubilación, sin vacaciones ni licencias.

Esta situación se está agravando además con la proliferación de empleos mediados por plataformas digitales. Repartidores, conductores, asistentes virtuales. Una nueva clase trabajadora emerge, atomizada, sin sindicatos, sin descanso, sin amparo. En nuestro país, el 60% de quienes trabajan en apps como Rappi, Uber o PedidosYa dependen exclusivamente de esos ingresos para sobrevivir. Para un 40%, es un ingreso adicional.

En el Día del Trabajador, Milei volvió a criticar a la prensa: "Lo que molesta no es la opinión, sino las mentiras"

En un video, un trabajador de Rappi cuenta la situación actual que atraviesa el sector debido a la caída del consumo. “El día a día está duro. Somos muchos repartidores y la demanda cada vez es menor. Pedaleo 12 horas por día y hago 350 kilómetros”, relató.

En el artículo "¿Mi jefe es un algoritmo?" de Mariano Caputo y Juan Ballestrin, publicado en la revista Anfibia, se analizó cómo las plataformas de reparto como Rappi y PedidosYa han transformado la relación laboral en Argentina. En este nuevo esquema, los trabajadores, guiados por algoritmos, experimentan una sensación de autonomía al decidir cuándo y cuánto trabajar.

Sin embargo, esta aparente libertad es cuestionada porque la gestión algorítmica impone una vigilancia constante y despersonalizada, donde las evaluaciones y asignaciones de tareas se basan en métricas automatizadas y retroalimentación de los clientes. Esta dinámica genera una paradoja: mientras los repartidores valoran la flexibilidad y la independencia, también enfrentan sentimientos de culpa y agotamiento, ya que su tiempo personal se convierte en una extensión del tiempo productivo.

¿Dónde quedan en estos esquemas los lazos de solidaridad que se construyen en el trabajo colectivo? ¿Dónde quedan las posibilidades de interactuar y aprender con quien uno tiene al lado?

El artículo de Anfibia también aborda el fenómeno político-social en el contexto argentino, destacando cómo ciertos sectores de trabajadores de plataformas se identifican con el discurso de La Libertad Avanza, que promueve el individualismo y la meritocracia.

La inteligencia artificial y el desarrollo de nuevas tecnologías representan, en este contexto, una doble amenaza. Por un lado, automatizan tareas que antes realizaban humanos, y al mismo tiempo imponen formas de control laboral inéditas. La OIT ha señalado que la gestión algorítmica vigila, mide y castiga a los trabajadores, afectando su salud mental y reduciendo su autonomía.

Sin embargo, también hay visiones más positivas. El lingüista más importante del mundo, Noam Chomsky, ha planteado en más de una ocasión que esta transformación no necesariamente debe ser distópica. Para él, la automatización bien gestionada podría liberar a la humanidad de tareas alienantes y repetitivas, permitiendo que las personas se dediquen a actividades más creativas, intelectuales o comunitarias. Esto es interesante viniendo de Chomsky, la persona más a la izquierda dentro de la ideología hacia la derecha de Estados Unidos.

Inteligencia artificial

La tecnología debería liberarnos del trabajo. La automatización es una tecnología más. No tiene valor, lo importante es cómo se use. Puede usarla para liberar a los trabajadores del trabajo aburrido, peligroso o estúpido para que puedan dedicarse al trabajo creativo”, dijo el lingüista en una entrevista con DW.

Como sucede siempre con la aparición de una nueva tecnología, al principio se la usa en una proporción mayor para el mal que para el bien. Por ejemplo, la energía atómica se utilizó primero para crear bombas destructivas. Hoy en día, es considerada como una de las energías limpias y del futuro. Esto sucede porque la tecnología avanza más rápido que el derecho, y los efectos secundarios de toda buena medicina no se conocen al principio, y las limitaciones aparecen décadas después. Eso permite que quede lo bueno de la tecnología y se reduzca su efecto negativo.

Otro optimista del futuro ha sido el empresario Elon Musk, quien, ante la posibilidad de que millones de empleos sean reemplazados por IA, propone que los Estados garanticen un ingreso mínimo para que las personas puedan vivir dignamente si el mercado laboral no pudiera absorberlas.

Otro Elon Musk, el de 2017, cuando era anti-Trump, declaró: “Cada vez habrá menos trabajos que un robot no pueda hacer mejor. El desempleo masivo será un reto social. “Tendremos que tener algún tipo de Renta Básica Universal. Estas no son las cosas que desearía, son las cosas que creo que van a ocurrir. La producción de bienes y servicios será extremadamente alta. Entonces, con la automatización vendrá la abundancia. Casi todo se volverá muy barato. El reto más difícil es: ¿Cómo la gente obtiene entonces un significado para la vida?”, dijo en conversación con Mohammad Al Gergawi, ministro de Asuntos del Gabinete de los Emiratos Árabes.

El economista más odiado por Javier Milei, John Maynard Keynes, proyectó que para 2030 solo iban a quedar los trabajos de servicios y creativos. Es decir, todo aquel trabajo industrial que requiere fuerza y automatización será sustituido por robots. Esto no quiere decir que desaparecerá el trabajo, sino que se generarán nuevos trabajos.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que hasta un 40% de los empleos en el mundo podrían verse afectados por la IA en los próximos años. Los primeros en caer serán los rutinarios y repetitivos, pero nadie está a salvo: ni contadores ni redactores ni istrativos. La incertidumbre ya no distingue entre oficios ni clases sociales.

Desde una perspectiva optimista, creo que va a suceder lo mismo que en cada salto tecnológico. Se sustituirán tareas y se crean nuevas. Es decir, la sociedad avanza a satisfacer nuevas necesidades que no aparecían en el estadio anterior porque parecían imposibles siquiera de ser pensadas. Una vez que uno tiene solucionados determinados problemas, aparecen nuevos deseos. No hay forma de satisfacer todos los deseos, siempre aparecerán nuevos. Para mí, ese será el futuro ascendente de la humanidad.

Esta amenaza difusa siempre produce mucho daño al principio. En la Revolución Industrial, una generación que estaba preparada para ciertas tareas fue sustituida por otra. Muchos trabajadores experimentan una erosión subjetiva: cada vez es menos frecuente que se trabaje por vocación, por proyecto, por sentido o por orgullo. Según una encuesta global, solo el 23% de los trabajadores siente pasión por su labor diaria. 1 de cada 4 solamente.

Este quiebre entre trabajo e identidad es otro síntoma de época. En Estados Unidos, apenas el 39% de las personas considera que su trabajo es una parte importante de su identidad personal. De cualquier forma, si lo comparamos con el total mundial, en el caso de los norteamericanos el número es mayor. Eso quiere decir que cuanto más desarrollada económicamente es una sociedad, más posibilidades permite de que el trabajo tenga un sentido existencial. Por el contrario, en los lugares más pobres, se hace el trabajo que se puede y nada más.

A esta crisis de sentido se suma el drama persistente de la pobreza laboral. Tener empleo ya no garantiza salir de la pobreza. Más de 700 millones de personas en el mundo viven con menos de 65 dólares al mes, y más de 3.400 millones con menos de 210. Es decir, una jubilación mínima. Se trabaja y se es pobre.

Canasta básica: Con $296 mil de salario mínimo, una familia solo comió 20 días en marzo

El Día del Trabajador nos obliga a preguntarnos qué entendemos hoy por trabajo digno. ¿Qué políticas públicas, qué modelos económicos, qué contratos sociales hacen falta para que el trabajo vuelva a ser una herramienta de realización y no de sufrimiento?

La respuesta no puede ser sólo técnica ni economicista. Debe incluir también una reflexión profunda sobre el valor existencial del trabajo. En este sentido, la tradición cristiana —y en particular el pensamiento del Papa Francisco— ofrece una mirada potente al respecto.

En otro fragmento en el que el Papa desarrolla sus concepciones sobre el trabajo, ya como Papa y en el marco de un discurso en la OIT, Francisco declaró: “El trabajo es verdadera y esencialmente humano. Busquemos soluciones que nos ayuden a construir un nuevo futuro del trabajo, fundado en condiciones decentes y dignas que provenga de una discusión colectiva”.

En su encíclica “Laudato Si”, Francisco enfatizó la importancia del trabajo como un medio para la dignidad humana y la realización personal. La encíclica no apoya la idea de que el progreso tecnológico debe reemplazar el trabajo humano, sino que lo ve como una necesidad y un camino hacia el desarrollo humano.

La “Laudato Si' también subraya la importancia de un "trabajo digno" que respete la dignidad del trabajador y promueva el bienestar social. “El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal”, dice uno de los párrafos.

Esta concepción entronca con toda la Doctrina Social de la Iglesia y la justicia social que tanto desprecia nuestro presidente Milei, a la que considera “un robo”. Esta Doctrina Social viene de “Rerum Novarum", que afirmó la dignidad intrínseca del trabajo humano y la necesidad creativa que representa en el siglo XIX. Un trabajo que debe organizarse no desde la lógica del descarte, sino del cuidado: del otro, del entorno, de uno mismo.

En el fondo, se trata de recuperar una pregunta básica: ¿para qué trabajamos? Si el único objetivo es sobrevivir o consumir, el horizonte se vuelve mezquino. Pero si el trabajo es también una forma de expresar lo que somos y de contribuir al bien común, entonces puede volver a ser fuente de sentido para cada uno de nosotros, en una época caracterizada por el vacío.

Porque el trabajo no es solo un hecho económico. Es, sobre todo, un hecho moral. Y en esa dimensión se juega buena parte de la justicia o la injusticia de nuestro tiempo. Que este Día del Trabajador nos encuentre, al menos, con la pregunta abierta y con la voluntad de no resignarnos.

TV