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Otra discusión

Es probable que sea una tara de mi parte, teniendo en cuenta que además valoro mucho el trabajo de pensamiento colectivo.

Hace muchos años, esto es casi un viejazo, firmé una solicitada. En ese entonces había un banco (llamado “Banco Patricios”) que la jugaba de progre (¡Un banco progre! Referencia para mí mismo: releer El banquero anarquista, de Pessoa: “¿Quiere usted decir, entonces, que es anarquista exactamente en el mismo sentido en que son anarquistas esos tipos de las organizaciones obreras? ¿Entonces entre usted y esos tipos de la bomba y de los sindicatos no hay ninguna diferencia? –Diferencia, diferencia, hay. Evidentemente que hay diferencia. Pero no es la que usted cree”). Ese banco tenía una Fundación (que funcionaba en el piso de arriba de donde estaban las cajas, las mesas de dinero, los lavadillos de todo tipo, etc.) en el que se impartían cursos sobre estudios culturales, temas y autores de cierta radicalidad, entre ellos Walter Benjamin. Un grupo de gente se horrorizó con el tema (¡Benjamin a plazo fijo!) y organizó una solicitada crítica con el asunto. Y yo puse mi firma allí. Lo recuerdo bien, porque fue la única vez que firmé una solicitada.

La solicitada es un género que no me convoca. Por eso no firmé nunca más una (ni nunca antes tampoco). Diría, cual Bartleby, que preferiría no hacerlo. No mucho más que eso (ni mucho menos). De hecho, hay muchas solicitadas con las que estoy en un todo de acuerdo, y también muchas veces son firmadas por gente que respeto, incluso por amigos. Pero yo prefiero no firmar. Soy solo, como dice la frase popular. Es probable que sea una tara de mi parte, teniendo en cuenta que además valoro mucho el trabajo de pensamiento colectivo (como en su momento fueron los mejores textos de Carta Abierta), pero por una cuestión de temperamento personal, no firmo solicitadas. Por eso, grande fue mi asombro, enojo y hasta bronca (que perdura todavía) cuando hace un par de semanas descubrí mi firma en una solicitada publicada en DiarioAR el 21 de mayo de 2021, bajo el título de “Carta abierta de intelectuales y artistas ante ‘un grave ataque a las víctimas de la Shoah’”, en la que se cuestionaba un artículo publicado en Rosario/12, titulado “Palestinauschwitz”. Pues no, yo nunca firmé esa carta abierta. Incluso me tomé el trabajo de revisar mis mails y whatsapp cercanos a esas fechas, y no encontré nada. Entonces, ¿cómo llegó mi firma allí? ¿Por error? ¿Por malentendido? ¿Por atolondramiento? ¿Por suponer que yo iba a estar de acuerdo? No lo sé.

Todo este asunto (casi un detalle en el océano de mis tragedias diarias) me conflictúa porque, en general, tiendo a pensar a la firma como una institución sobrevalorada. Derrida escribió grandes páginas sobre esta ambivalencia, en especial en “Firma, acontecimiento, contexto”, incluido en Márgenes de la filosofía, y más tarde en Prejuicios. Una lectura de Kafka y Ante la ley. En ambos casos, se trata de desatar el nudo que va de la firma a la comunicación. El valor de sentido aparece antes que nada como problemático. En el texto sobre Kafka, vuelve también sobre la tensión entre firma y legislación, no solo en el ámbito del derecho sino sobre todo como sanción de autoridad. Por supuesto, no me gusta que mi firma haya aparecido sin mi consentimiento. Aunque, anarquista al fin, me gustaría un mundo en el que la firma –y la identidad– estuvieran en estado de disolución, sin autoridades. Aunque esa es otra discusión.

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