La sorpresa que le dio Julián Álvarez a dos niños cordobeses 1a46c
El crack de la Selección argentina estuvo días atrás en las sierras cordobesas y dejó historias entre quiénes lo vieron de cerca; pero esta que ocurrió en la Comuna San Roque tiene el toque especial de las travesuras de la infancia. 4ji3t
El viernes pasado, en la comuna de San Roque, pasaron cosas que no caben en la rutina de un pueblo donde todos saben quién vive en qué casa y qué autos deberían, y no deberían, circular por sus calles. En una cortadita apacible, de esas por donde no pasa nadie salvo los vecinos que ya se saludan con la mirada, comenzaron a aparecer vehículos desconocidos. Autos de ciudad. Autos que no sabían de tierra ni de freno de mano en bajada.
En la zona saben que si pasa un auto de esos, probablemente sea Javier o un amigo o conocido de Javier. ¿Quién es Javier? Es nada más y nada menos que Pastore, el exfutbolista de Talleres, Huracán, PSG, Selección argentina... Por eso los nenes de la zona siempre andan con las antenas alertas.
Y algo de eso pasó el viernes último.
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A unos cincuenta metros de la casa de Javier, los movimientos eran distintos. Como si alguien estuviera buscando algo —o a alguien— y no supiera cómo preguntar. En medio de todo eso, Lorenzo, un niño del barrio, andaba en bicicleta con un amigo del colegio. Iban y venían, andaban en bici, y así cruzaban de frente, una y otra vez, con esos autos que parecían no entender el mapa invisible del pueblo.
En medio de esos movimientos no habituales, apareció un Mercedes Benz. Negro, impecable, moderno, jamás visto por ellos. Con una luna polarizada que parecía no querer mirar a nadie, y al mismo tiempo obligaba a todos a mirar.
El padre de Lorenzo, que los miraba desde la ventana, les gritó: “¡Vayan a ver, capaz que es Messi!”
La inocencia de la infancia provocó que ambos pibes ni dudaran si era una broma o no: dejaron las bicicletas y salieron corriendo tras el auto.
El auto frenó frente a la casa de Javier Pastore. La ventanilla se abrió. Un hombre preguntó si esa era la casa de los Pastore.
Ambos nenes, conocedores de sus vecinos, dijeron que sí. La casa no daba signos de que alguien estuviera allí, entonces el hombre del auto repreguntó si sabían si Javier estaba. Y los niños, con la espontaneidad intacta, dijeron que no estaba, que estaba en la casa de su mamá, jugando al fútbol con los amigos. Eso creían ellos en su mundo de nenes.
¿Saben dónde vive?, preguntó el hombre. Lorenzo asintió. Sí, son como cinco o seis cuadras, indicó e hizo gestos con los brazos. El hombre dijo que no conocía, que si podían guiarlo.
“Te acompañamos”, ofreció Lorenzo, sin pensar demasiado. “Súbanse entonces”, dijo el hombre.
Y ellos, que tenían la candidez todavía sin contaminar por los sustos de los adultos, se subieron al auto. Los padres de ambos, ya con la anécdota pasada, las sonrisas y lo que vino, les dijeron que no lo vuelvan a hacer más: “no hay que subirse a autos de extraños”. Pero esa es una lección intima que queda en el hogar.
Iban en el auto que por dentro parecía una nave espacial, y en ese momento el hombre reveló quién era: el representante de Julián Álvarez. Que venía a dejarle unas camisetas. Que si querían, podían sacarse una foto con él. Claro que quisieron. ¿Cómo no?
Y la sorpresa fue mayúscula cuando el propio ‘Arañita’, el campeón del mundo, salió a recibirlo. No así Javier Pastore, que al otro día estuvo presente en la conquista histórica del PSG en la Champions League.
La escena tenía esa mezcla de asombro y simpleza que sólo ocurre en los pueblos: la estrella que se aparece como si fuera vecino de toda la vida.
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Pero toda buena historia para un cuento debe poseer un “pero”. Y el “pero” estuvo, aunque esto no sea un cuento, sino una historia real que sucedió el viernes pasado en estas tierras cordobesas.
Lorenzo y su amigo estaban frente al mismísimo Julián Álvarez, pero no tenían celular para poder sacarse una foto; porque Lorenzo no tenía, el amigo sí, pero la cámara estaba rota. Y Julián y el representante vieron la cara de los niños, y el hombre del auto se ofreció a tomarle la foto con su celular. Les prometió que se las enviaría. Ellos sonrieron, y regresaron a su casa.
Tenían una historia, pero en los tiempos que corren, sino hay foto parece que no existió tal anécdota. Encima los padres no creían que esa foto iba a ser enviada. Pasaron las horas, los pibes esperaban, y la foto no llegaba.
Sin embargo, a la mañana siguiente, llegó. La foto, nítida, preciosa, como un regalo improbable, les llegó desde el teléfono del representante. Y en esa imagen quedó congelado no sólo un encuentro de Lorenzo Mercado y su amigo Nazareno, sino la certeza de que a veces, incluso en San Roque, la vida se da el gusto de sorprender.
Y es la foto que acompaña este relato:
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